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Para poner el ritual en marcha se realiza un último ajuste a la máscara y el monstruo de colorines da un paso al frente y sale a la calle. Comienza a tocar el tamboril "dispuesto a recibir una brutal paliza, tanto física como psíquica", según describen en el propio Museo de Jarramplas. Y la recibe. Una muchedumbre con ganas de jaleo lo espera para lanzarle nabos con todas sus fuerzas, con la intención de castigarlo. El enmascarado, conocido como Jarramplas, responde bailando, tocando, moviéndose y "dando fiesta", animando con cada gesto al desahogo de su comunidad enrabietada. Jarramplas se sacrifica por su pueblo y, por ello, será recompensado.
Así arranca el principal festejo de Piornal, la localidad más alta de Extremadura (casi a 1.200 metros), y el municipio entero huele a nabo reventado. Durante cada 19 y 20 de enero, los piornalegos ajustician al Mal vengando las fechorías que cometió un delincuente hace más de 500 años. No está muy claro si el Jarramplas interpreta a un ladrón, un monstruo, un diablo, o si es medio animal o todo humano, lo único cierto es que tiene "un simbolismo malvado y terrorífico" y que debe ser castigado para redimir al pueblo en medio de una fiesta que fue declarada de Interés Turístico Nacional en 2014.
"El origen es un misterio. Hay varias teorías, diferentes hipótesis... La que cuentan nuestros abuelos es que era un ladrón de ganado, que venía a robar al pueblo (en su mayoría ganadero) y un día los piornalegos, enfadados, lo expulsaron con las hortalizas que tenían plantadas en sus huertos y así comenzó todo", explica Clara Calle, técnico de Turismo en el Museo del Jarramplas de la localidad. Y así, mucho antes de que en el Salvaje Oeste se apostara por ajusticiar a los cuatreros con la soga, en Piornal los despachaban a nabazo limpio.
Días antes de la lluvia de vegetales se protegen las fachadas de algunas casas con mallas y otras con rejas provisionales para amortiguar –en la medida de lo posible– los golpes que llegarán inevitablemente. Pero ese es el último paso de una preparación que empieza cuando finalizan las fiestas del año anterior y se entrega el traje a los que serán los mayordomos del año siguiente.
Pero vamos por orden, porque en esta historia hay tantos personajes como matices. Está el principal, que con nombre y apellidos se convierte en un héroe local, la persona que interpreta al Jarramplas. Se exige un único requisito para este papel: ser piornalego.
"Hay una lista de espera oficial hasta el año 2039 y por riguroso orden de inscripción la persona que quiera ser Jarramplas se apunta y te toca cuando sea. Este año (se refiere al 2018) el Jarramplas lo es por tercera vez (Candi Moreno). Ahora es difícil que alguien con 30 años se apunte porque no te volvería a tocar hasta que tuvieras 50 y, aunque se puede, la edad no es lo mismo... Es mucha responsabilidad y mucho peso el que tiene que aguantar: unos 60 kilos en total entre tamboriles y el traje cuando se moja", afirma Calle, siempre con ese deje de orgullo que acompaña a estas conversaciones entre los piornalegos.
Algunos se apuntan por tradición familiar; otros por mandas (promesas religiosas); y algunos, por las dos cosas, aunque actualmente la fe ha ido en detrimento de la tradición. No es el caso de Javier Merchán, que tiró de él una promesa y la historia de la familia, por lo que no le importó esperar durante 10 años para ser Jarramplas. Se apuntó en 1999, cuando tenía 19 años, pero la lista de espera ya era larga y no fue hasta enero de 2009 que pudo hacer realidad su sueño.
"Satisfacción y orgullo", con esas dos palabras describe Merchán lo que fue para él. Los nervios, la presión de la responsabilidad de cumplir con un papel que implica mucho más que aguantar sobre tu cuerpo un bombardeo de nabos o el peso de la indumentaria, no es nada en comparación con la honra y el sentimiento que supone encarnar este mito dentro de la comunidad. "Acabé cansado y con moratones por todo el cuerpo, pero con una satisfacción enorme por el reconocimiento propio y el de todo el pueblo", cuenta, conmocionado, recordando aquellos días. De hecho, repetirá en el año 2041, aunque ya sólo como mayordomo.
Dicen los piornalegos que hay que ser de aquí para entender esta tradición, que mezcla la parte más pagana con un fuerte fervor religioso: todos los actos están estrechamente unidos a San Sebastián, patrón del pueblo. El Jarramplas más humano es ese que se presenta ante el santo en todas las celebraciones cristianas sin la máscara. Esto es más fácil de entender para el forastero, los actos religiosos implican respeto y la ofrenda del sacrificio; la furia del lanzamiento de raíces es lo más sorprendente del espectáculo cuando se ve por primera vez.
Nada más entrar en Piornal abundan los montones de nabos aquí y allá, en esta calle y en aquella. Los quintos de cada año (los jóvenes de 17-18 años) los colocan estratégicamente para que locales y visitantes puedan abastecerse del arma vegetal. "El Ayuntamiento tiene alquilada una finca y de ahí salen todos los nabos para Jarramplas y este año la cosecha ha sido muy buena y tenemos casi 25.000 kilos. Si no es tan buena, se busca en otras provincias o donde haga falta para comprarlos", asegura Clara Calle, quien explica que a lo largo de los años se mantuvo el nabo porque es más barato, poco sustancioso y, como alimento para vacas, reutilizable tras las fiestas.
Los nabos son grandes, muy grandes, y uno teme y empatiza con ese personaje multicolor –el traje del Jarramplas lleva más de 3.000 cintas de colores– que recorre las calles sin el miedo que le sobra al que lo observa desde lejos. Una adrenalina se apodera de los que lo esperan para ajusticiarlo y también de los que se mantienen a cierta distancia para verlo con el morbo de convertirse en un cómplice silencioso. Como en Fuenteovejuna, todos a una, se desata el ataque. Afortunadamente, la figura mítica, únicamente preocupada por ofrecer la máxima diversión, cuenta con una red de apoyos en todo momento, desde que decide apuntarse a esa lista que algún día le llevará a convertirse en héroe hasta que se quita el traje tras su última salida.
El día 19, por ejemplo, el séquito que le ayuda, conocidos como sus mayordomos, se visten y salen por el municipio recibiendo nabazos, asumiendo parte de su función para dejarlo descansar y que esté fresco para el gran día: el 20 de enero, cuando sólo desfila el Jarramplas oficial.
Algunos de esos amigos-familiares van a su lado mientras la multitud ataca. "Cuando el Jarramplas quiere que paren levanta las cachiporras (con lo que se toca el tamboril) o las manos y automáticamente todo el mundo, respetuosamente, para de tirar nabos y los mayordomos, que siempre están a su alrededor cuidándole, se acercan y le preguntan. La máscara no se puede mover, si se afloja hay que ajustarla, o si necesita agua, o si no ve por el zumo o por los trozos de nabos y necesita limpiarse, o colirio en los ojos… Lo que sea", asegura la técnico de Turismo sobre la atención máxima y vigilada al protagonista.
No hay mujeres Jarramplas ni están apuntadas para los años venideros. Y eso, sin embargo, no le resta importancia a las labores que desempeñan. Son ellas las que se encargan, entre otras tareas, de la vestimenta, que es mucho decir. "El traje lo hace Tía Pepa, que marca el patrón, blanco y duro, y lo cose para colocarle luego las cintas", aclaran desde el entorno de Merchán. Ya mayor y cansada, la famosa Pepa cada año dice que se retira, pero en agosto regresa y vuelve a repetir el favor, incapaz de abandonar al pueblo en esta especial tarea.
Porque aquí hay mucho de cadena de favores que van y vienen entre amigos, vecinos y familiares, ya que al final lo importante es que la fiesta se celebre y que el santo agradecido proteja al pueblo garantizando, entre otros milagros, una buena cosecha (de cerezas, que estamos en el Jerte). Y para el resto de gastos ocasionados (sin contar cartelería y nabos), los mayordomos pueden llegar a juntar más de 6.000 euros.
Una vez que Tía Pepa marca el patrón, el resto de la vestimenta "la prepara el entorno femenino del Jarramplas y mayordomos, es decir, la madre, las hermanas, mujer o novia, cuñada o suegra, mayordomas… Van durante todo el año recogiendo telas y retales y se juntan para cortar las cintas al mismo tamaño y organizarlas por colores, que eso también tiene su ritual", cuenta con todo lujo de detalles Clara mientras desgrana la división de tareas.
La noche del 19, en realidad ya la madrugada del 20 porque es a las 12 de la noche, arrancan las Alborás. La multitud comienza a llegar a la pequeña plaza de la iglesia 20 minutos antes de la medianoche. El silencio es total y absoluto mientras el Jarramplas oficial de ese año espera arrodillado ante la puerta cerrada del templo a que den las 12 campanadas en el reloj de la plaza e iniciar una procesión nocturna. A cara descubierta desfila de espaldas, con ayuda, tocando el tamboril y protegido por un círculo formado por familiares y amigos.
Al acabar el circuito alrededor de la iglesia con cantos a San Sebastián, el pueblo se une en una emoción compartida con el protagonista humano. "La gente los aplaude, los felicita y se hace fotos junto a ellos. [...] Al Jarramplas humano se le aplaude, se le anima, se le protege, se le respeta. Al Jarramplas no humano se le lanzan nabos con gran violencia", aclaran al público forastero en el Museo. Y él, esa misma madrugada, responde invitando a todos a comer migas extremeñas.
Esa noche, el Jarramplas duerme con el traje puesto ya imbuido del espíritu del personaje y mentalizándose de la hazaña que debe realizar. Al día siguiente, su grupo de gente le ayudará a colocar toda la vestidura completa: los refuerzos que van debajo de la ropa de fibra de vidrio, los protectores en los codos y las rodillas… todo un ritual que inicia la expiación. Se prepara para lo que algunos piornalegos que se han vestido consideran "el momento más importante de sus vidas".
Cuando todo llega a su fin: misas, ofrendas, bailes de monstruos de colores, ataques y desahogos varios, si lo ha hecho bien, el ídolo es aupado al grito de "¡Que sí repela, que sí!" (traducción: "¡Lo has hecho de maravilla, has rendido bien!"). El sacrificio ha sido hecho.
Pasarán días hasta que el cuerpo del Jarramplas borre todos los cardenales, pero para él y para el pueblo mereció la pena, quizás, mucho más que eso: comparten la emoción y la comprensión de un festejo antiguo, como hermanados por un secreto que los empuja 'todos a una'. Y así, vencido el Mal en Piornal, se afloja la máscara y se acaba la fiesta mientras el resto de España se prepara para seguir pecando durante el Carnaval.