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Tobed es una población junto al río Grío, encajonada entre las sierras de Algairén y de Vicor. El mejor lugar para contemplarla es desde los restos de su viejo castillo. Desde ahí se otea un territorio, que como gran parte de la comarca de Calatayud, fue dominio de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén desde el siglo XII. Estos monjes, a la vez que caballeros, poseyeron y explotaron estas fértiles tierras durante centurias, y también dotaron a la población de gran parte de sus atractivos actuales.
Y por supuesto, son los responsables de que el patrón de Tobed sea San Valentín. Ellos llevaron a la localidad las reliquias del santo martirizado en Roma allá por el siglo III. ¿Quién fue San Valentín? Su hagiografía relata que se dedicaba a casar a los soldados antes de que partieran a la guerra. Unos matrimonios que contravenían las normas del emperador Claudio II, contrario a semejantes casamientos, más aún si eran con ritos cristianos, al considerar que un soltero siempre era más bravo en la batalla que un casado.
Después de esposar a unos cuantos jóvenes, Valentín estaba destinado a pagar por ello. Así que acabó apresado y decapitado. Para entonces todavía no era santo. Hubo que esperar un par de siglos, ya con el Cristianismo asentado, para que se decidiera conmemorarlo el 14 de febrero. De este modo, la Iglesia lo convirtió en santo del amor, aprovechando para eliminar otros ritos paganos inspirados también en la pasión y la fertilidad que tanto se intuye en estas fechas próximas a la primavera.
Como santo martirizado se empezaron a adorar sus restos, los cuales acabaron repartidos por gran parte de Europa (incluso por duplicado). Se asegura que hay partes de San Valentín en Roma, Praga, Dublín, Madrid, o en el pueblo zamorano de Toro, y por supuesto también en tierras de Zaragoza, tanto en la Basílica del Santo Sepulcro de Calatayud como en Tobed, a donde llegaron algunos de sus huesos por mediación de la orden. Unas reliquias que se conservan actualmente en el Museo Parroquial.
Desde entonces, los tobedanos veneran al santo y cada 14 de febrero celebran una procesión en su honor. Y como buen santo que se precie posee un dulce asociado a su festividad. En este caso unos grandes roscones profusamente adornados, que una vez bendecidos, forman parte del paso procesional que discurre por el estrecho callejero de Tobed.
Son roscones absolutamente artesanales cocidos en el viejo horno de leña que sirve de panadería y pastelería a Tobed. Un horno también vinculado con la Orden del Santo Sepulcro y que se especula que ya pudo estar en activo en el siglo XV, o al menos desde 1704, fecha en la que aparece documentado. Pero pese a su contrastada antigüedad, el obrador en pleno siglo XXI sigue horneando a diario barras de pan, hogazas, bolletes, madalenas, mostachones, tortas varias y cualquier repostería típica o moderna.
El horno antaño era una más de las infraestructuras que rendían cuentas a los canónigos de la Orden. Al igual que ocurría con los dos molinos de aceite que prensaban kilos y kilos de olivas recogidos en los alrededores. En realidad, los vecinos de Tobed y localidades próximas trabajaban para la Orden, de una forma u otra. Tenían que tributar ante ella. Por ese motivo se construyó el Palacio de los Priores junto a la iglesia de San Pedro, concebido como sede de la Encomienda y centro administrativo desde el que gestionar los bienes de la zona.
Esta casa-palacio hoy acoge las dependencias del Ayuntamiento en la que fuera su planta noble. Donde estuvieron los salones del prior y de los caballeros, hoy se hallan el despacho del alcalde y las salas de plenos. Mientras que en las plantas inferiores se crearon despensas y bodegas para lo recaudado, así como habría cuadras y hasta huerto, lo cual hoy es el bar y centro cultural de San Valentín. Y entre ambos espacios, entre lo funcional de abajo y lo protocolario de las alturas existía una entreplanta que quizás fuera vivienda para los administradores, pero que en la actualidad se ha transformado en espacio expositivo.
Es el Espacio Mudéjar Mahoma Calahorrí. El lugar idóneo para sumergirse en la historia de Tobed tan vinculada con la Orden del Santo Sepulcro. Pero además la exposición sirve para adentrarse en el origen y desarrollo del arte mudéjar. Es lógico que desde aquí partan las visitas guiadas que todos los viernes, sábados y domingos muestran el patrimonio tobedano. En especial la joya de la corona: la iglesia de la Virgen.
Este templo no está muy lejos de aquí. Basta un breve paseo por las calles de trazas medievales y pasar por las reinterpretadas arcadas de la lonja para llegar a la plaza de la Virgen. Ahí se levanta esta mole de ladrillo y de base compactamente rectangular. Su apariencia exterior es más propia de un bastión inexpugnable que de una iglesia. Eso sí, una fortificación muy atractiva gracias a sus animadas fachadas donde los ladrillos crean geometrías acompañadas de cenefas de cerámica, escudos heráldicos y tramos de pintura, algo excepcional.
Si bien toda la iglesia de la Virgen de Tobed es excepcional. Es la iglesia-fortaleza por antonomasia del mudéjar. Un referente para construcciones posteriores. No extraña que se incluya en el Patrimonio Mundial. En su construcción apenas se invirtieron tres años. Desde abril de 1356 hasta junio de 1359. Si bien entonces quedarían sus obras paralizadas, con un templo desnudo. Las guerras entre Aragón y Castilla, además de diversos conflictos de intereses frenaron su ornamentación.
Ésta llegaría durante las décadas siguientes con la participación de dos de los maestros de obras más prestigiosos de la segunda mitad del siglo XIV en Aragón. El primero fue Mahoma Calahorrí, que acudió por encargo del poderoso prior Fray Martín de Alpartir, tesorero y secretario del arzobispo de Zaragoza Don Lope Fernández de Luna, quién también lo había empleado en la Seo zaragozana. Pero su muerte dejó la obra inconclusa, de modo que retomó los trabajos otro artista vinculado con la familia Luna.
En este caso fue Mahoma Ramí, protegido de Benedicto XIII, o sea el Papa Luna. El último gran mecenas de la iglesia de Tobed, donde hizo que luciera su escudo papal y también dio carta blanca a Ramí para que volcara su tradición islámica y la fusionara con el arte cristiano visto en sus viajes por Europa acompañando al Pontífice. De ahí esa singular mezcla de mudéjar y gótico que se aprecia en la parte más moderna del interior de la iglesia, la más próxima a la gran puerta de entrada.
El resultado es impactante. De un solo vistazo se contempla todo el espacio, amplio y solemne, a la vez que acogedor gracias a sus dimensiones inspiradas en la proporción aurea que todo lo humaniza. Y luego está esa decoración contenida y basada en un curioso trampantojo donde el yeso de los muros y bóvedas simula con incisiones y trazos de pintura los ladrillos que hay debajo.
Definitivamente es un espacio suntuoso, tal y como se ve desde el falso coro. Esta especie de balcón sobre la puerta, aunque acoja el órgano, inicialmente no fue más que el paso elevado que permite recorrer íntegramente desde las alturas el edificio. Ya que por el exterior hay un cuerpo de guardia o adarve para vigilar el territorio en un campo de visión de 360 grados. Lo cual termina de plasmar el concepto de iglesia fortaleza ideada tanto para defenderse de los enemigos terrenales como para ganarse la gloria celestial orando.
Pero la realidad es que la ubicación en el centro del pueblo y a escasa altura dentro del valle, la hace ineficaz como punto de vigilancia y defensa. Tiene mucho más de propaganda de la Orden, el Reino y la Iglesia que de fortín. Por fortuna, no tuvo que ponerse a prueba en ninguna batalla. Y ni siquiera sufrió los cambios de gustos y modas con el paso de los siglos. La construcción en el siglo XVI de la iglesia de San Pedro favoreció que el gran templo de Tobed se congelase en el tiempo y llegara hasta hoy como testigo de una época donde los conflictos, la fe, el poder y la creatividad generaron maravillas como esta.