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Un puente sobre el río Vadillo inicia la llamada Ruta de Las Chorreras. Un sendero que discurre junto al río y que se extiende a lo largo de un kilómetro, rodeado de nogales, álamos, higueras, almendros o mimbre, del que en su día salieron los cestos que se encuentran en el Molino de Santa Ana, primer molino conocido de Valdepeñas, cuyo guardián es Serafín Parra, oriundo del pueblo. "Siempre que encuentres un desnivel de seis metros, puedes dejar caer el agua y mover una piedra de moler. En Valdepeñas de Jaén, el agua ha sido desde siempre un regalo que nunca ha escaseado. Un bien que ya aprovecharon los árabes desde el siglo XI". Hoy, Serafín, nieto del primer panadero de Santa Ana y archivero municipal, se podría decir que es molinero oficial del reino acuático de Valdepeñas, un oasis a unos ocho grados de diferencia con respecto a la temperatura de Jaén capital.
La ruta del agua en Valdepeñas tiene como primera referencia el Parque del Chorrillo. Allí se encuentra la presa y la Fuente del Estanquillo, donde antes hubo otro molino, hoy desaparecido. "La riqueza del agua fue lo que llevó a que el pueblo se fundara aquí, entre dos ríos, el Vadillo y el Ranera. Hay documentos antiguos que se remontan al siglo XVII, cuando aquí estaban los llamados pozos de la nieve, simas que en invierno permitían hacer acopio de este bien y que luego se trasladaban como bloques de hielo hasta Córdoba. Lo hacían en mulos y estaban destinadas a las clases más pudientes, con fines medicinales o para hacer helado". Es Juan Infante, Cronista Oficial de Valdepeñas, antiguo maestro del pueblo y amigo de Serafín.
Los pueblos de la sierra de Valdepeñas conviven entre el sonido y el frescor de sus fuentes, como Las Chorreras. "En nuestra infancia veníamos a bañarnos aquí", cuentan Juan y Serafín con brillo en los ojos, en esta ruta marcada por puentes y saltos de agua. También nos retábamos a subir por las lianas, hasta donde saltaban las cascadas". Los archivos históricos hablan de una comarca donde desde hace casi 500 años se trabaja con el agua. Cerezos, manzanos, perales, berros, brevas y más cultivos de regadío acompañan al caminante en este recorrido donde la vegetación silvestre da sombra a los días de estío.
"En Valdepeñas los molinos alimentaban a otros molinos. En estos pueblos había tres pilares: el ayuntamiento, la Iglesia y el molino", relata Serafín. 150 años de historia familiar custodiada por el discurrir del rodezno y de los cárcavos, los engranajes que mueven el agua que da vida a este molino harinero de cuento, que continúa en uso desde su construcción en el siglo XVI.
"En el Molino de Santa Ana, éramos cuatro hermanos y fuimos los dos varones los que nos quedamos con él". Hoy, siglo y medio desde que el abuelo Serafín se trasladara al Molino de Santa Ana, su nieto homónimo y José, sobrino del actual Serafín, custodian este baluarte del buen pan y de la repostería artesana en el entorno de Valdepeñas. José vive en la parte nueva, Serafín en la de arriba. "Nos gustaría hacer talleres de panadería en el antiguo horno muy pronto", dice Serafín, rememorando la labor de su madre, Carmen Delgado, la primera panadera del molino.
¿Lo más difícil de llevar del molino? Lograr el punto exacto de la molienda del grano. ¿Lo más apasionante? Todo, desde la limpia hasta el traslado de los sacos. Entre sus recuerdos, Carmen, su madre, en el horno. "El cariño y el mimo que mi madre tenía a la masa del pan y a su fermentación. Lo vivía. Era una gran panadera. Hacía un pan exagerao". Un mimo que hoy Serafín lleva consigo, como alter ego del propio molino. Todo movido por el agua, cuya máxima expresión son los dos cárcavos en la roca donde giran los rodeznos, bajo la sala de molienda.
Un lugar que hasta los años 80 solo descansaba en Viernes Santo. "Trigo, harina y pan", es el mantra con el que este rincón histórico cumplió sagradamente día tras día, durante décadas. "Este es un molino vivo, con piezas originales. También es museo, sí, pero el orden es este, primero molino y luego museo". La crónica de Serafín va narrando los diferentes rincones de este molino legendario, presidido por una foto de Bernardino y Carmen, sus padres.
Martillos, sierras y diferentes herramientas para arreglar las averías, con las que seguir manteniendo impoluto este molino, salpican la estancia. No faltan colecciones dignas de anticuario, como la alacena con la primera olla exprés (patentada), cerámicas de La Cartuja del siglo XIX, una lata de agua de Lourdes de hace cien años, o vales de la década de los 40, cuando el pan se repartía con borrica y trompeta por estos lares.
La Sala de Harina de Mercedes, la Limpia de María, hermana de Serafín, la encargada en aquellos años de limpiar el trigo, la zona de molienda y secado del grano… Todo tiene su personalización en este molino museístico vivo. Desde los aperos de labranza, a los candiles y azulejos que acompañan uno de los instrumentos culinarios propios de este pueblo: el dornillo. Un cuenco de madera de olivo con el que hacer el majado más representativo de la zona de Valdepeñas: el de la pipirrana. Bien dice el dicho de 1924 de Alfredo Cazabán, Cronista Oficial de la provincia de Jaén en aquella época: "El agridulce tomate, el pimiento, picadillo, se frota un ajo y se bate el aceite. Y por remate miga, sal y vinagrillo. ¡Qué olorcillo el que sale del dornillo!".
Son estos los ingredientes de este plato veraniego, popular en todo Jaén, que no es sino una representación del carácter de sus gentes, con fiel reflejo en la cofradía gastronómica que lleva su nombre, la de la Sierra Sur de Jaén, El Dornillo. Juan Infante también es presidente de la misma, con sede en el propio Molino de Santa Ana. "Nuestro fuerte está aquí, pero englobamos el legado de diez pueblos. La idea no es otra que potenciar la gastronomía tradicional".
Y así, con capa y solera, reciben los cofrades al visitante. La Cofradía de El Dornillo es como todo lo que refleja la personalidad de Juan y el resto de valdepeñeros: sin ánimo de lucro. Pero nunca faltará un plato de choto a la caldereta, procedente de cabritos criados en prados a más de mil metros de altura, propio de los días de fiesta, o básicamente, de cualquier reunión digna de celebrar. Tampoco un aperitivo con queso fresco de cabra, bajo Degusta Jaén, el proyecto de la Diputación para impulsar al sector agroalimentario de la provincia. Ni la leche vieja para cerrar cada jornada, el licor típico de Valdepeñas de Jaén a partir de leche, aguardiente seco, limón, canela en rama, azúcar y café, que históricamente se elaboraba en el marco de la Navidad.
Un lugar donde cada día tiene una pizca de épica, porque como sus cofrades y vecinos, también beben de esta filosofía. Así hicieron sentirse a Almudena Grandes, nombrada Cofrade de Honor, gracias a su obra, El Lector de Julio Verne, que transcurre en tierras jienenses. Así extrapoló al mundo su carácter Juana Amate, abuela de Juan Aceituno, gurú del Restaurante 'Dama Juana' (1 Sol Repsol), natural de Valdepeñas, así como las tías de este, hoy también cofrades de este rincón lleno de historia e historias, de recetas que seguirán pasando de boca en boca, como el discurrir del agua de este pueblo –vergel, ajeno a las prisas– marcando su propio ritmo.