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Con más de 200 kilómetros de costa, la comarca de A Costa da Morte, en el occidente gallego, es uno de los destinos perfectos para quien busca playa, acantilados y atardeceres frente al mar.
Pero, aunque la comarca es conocida sobre todo por lugares costeros como el cabo de Fisterra, la playa más larga de Galicia, en Carnota, o la cascada de O Ézaro, alberga en su interior toda una serie de lugares que vale la pena explorar con calma. Teniendo en cuenta el clima cambiante de la zona, donde no es extraño que incluso en verano se alternen días de sol y cielos claros con otros de temperaturas más frescas, perfectos para pasear, estos lugares menos conocidos son ideales para plantear rutas de senderismo a su alrededor o, simplemente, tomarse un descanso de la arena y el mar para descubrir todo lo que la comarca tiene que ofrecer.
En Vimianzo, en el corazón de la comarca, se encuentran algunos de estos puntos que ningún visitante debería perderse. Podríamos optar por acercarnos hasta la infinidad de yacimientos prehistóricos que rodean el pueblo, como el castro de As Barreiras, un poblado de la Edad del Hierro parcialmente excavado a la entrada del casco urbano, aunque el principal motivo para detenerse en el pueblo está en pleno centro.
Aquí, en un alto, se encuentra el Castillo de Vimianzo, uno de los mejor conservados de Galicia. Construido hacia el año 1.300 fue escenario de batallas y revueltas, aunque hoy acoge algo muy diferente. En su interior se encuentra uno de los centros de artesanía más interesantes de Galicia.
Pero vayamos poco a poco. Desde la carretera se accede por una calle empedrada, entre casas antiguas y hórreos, hasta la pasarela que cruza el antiguo foso, convertido hoy en un jardín. La sombra imponente de los muros impresiona y, al atravesar la angosta puerta de acceso, sorprende el patio de armas, perfectamente conservado. Toda una serie de puertas y escaleras se distribuyen por los muros, así que toca elegir. Podemos comenzar por ascender hasta la ronda de las murallas, a 20 metros sobre el entorno, para lo que podemos subir por la escalera interior, descubriendo estancias con mapas y paneles informativos, o por la empinada escalera que sube directamente desde el patio.
Al pie del castillo descubriremos, desde lo alto, un pequeño arroyo y podemos adivinar los restos de fosos y murallas. Es fácil imaginar el asedio que sufrió en el año 1467 y que el pueblo conmemora cada verano con sus fiestas del Asalto ao Castelo, en las que se celebran banquetes a la sombra de sus torres y los locales de hostelería sirven platos y tapas de inspiración medieval. Una empinada escalera de madera da acceso a la torre desde las almenas. Desde allí las vistas del valle y de los montes cercanos son impresionantes. Vale la pena detenerse y explorar con la vista la llanura, los arroyos que la cruzan e imaginar todo lo que esconde esa comarca que atravesaremos más adelante.
De vuelta al patio, podemos tomar otra escalera guiados por un sonido enigmático. En el primer piso descubriremos que es el ruido que hacen las palilleiras, artesanas que mantienen vivo el arte del encaje, tradicional de estas tierras, al entrecruzar los bolillos, las piezas de madera con las que guían los hilos en un rompecabezas que para quien no está acostumbrado parece casi mágico y que ellas manejan con destreza rodeadas por tejidos a la venta, miles de horas de trabajo expuesto en la pared, que explican a quien se interese.
En la estancia contigua, Carmen trabaja en el telar. Esta artesana del lino, otra producción local, lleva más de 35 años divulgando este oficio, explicando a quien quiera pararse unos minutos todo el proceso, desde la planta fibrosa hasta los tejidos que llenan cada rincón de la estancia. Al lado, junto a la antigua cocina del castillo, los martillazos nos llevan hasta Chema, ensimismado en la elaboración de maquetas de barcos. Escaleras abajo nos encontramos con Mari Carmen, tejiendo con paciencia cañas de centeno para elaborar sancosmeiros, sombreros tradicionales de la comarca. Cada uno de ellos lleva más de 40 horas de trabajo.
De nuevo en el patio, elegimos otra puerta para descubrir a José Antonio, concentrado en su torno de alfarero, sobre el que ultima un jarro. Por el camino, pasando sin rumbo de estancia en estancia, encontramos a más mujeres tejiendo, a orfebres… Es difícil decidirse entre tantas piezas únicas, cuesta no detenerse con cada una de estas personas a charlar, conocer su oficio, descubrir cómo, además de profesionales que viven de las ventas, son guardianes de tradiciones antiguas.
Pero la ruta sigue. Quizás, antes de continuar, sea buena idea aprovechar que el pueblo, a pesar de no ser muy grande, cuenta con una cantidad importante de locales de hostelería. Según la hora, quizás apetezca más un desayuno en 'A Fonte', casi frente al castillo, un café en 'O Celme', uno de esos locales por los que pasa toda la vida del pueblo, o quizás pararse a comer en 'Casa Sabina' o en la 'Parrillada Montevideo', dos clásicos de la localidad.
Luego, nuestra ruta nos lleva hacia el oeste, hacia el río Castro, uno de los muchos que atraviesan la comarca formando espesos bosques en sus orillas. Hacia el final de su recorrido, cuando ya se va acercando al mar, ya en tierras de Muxía, forma un pequeño cañón por el que va saltando de cascada en cascada, formando en su camino pozas y piscinas naturales.
El acceso no es excesivamente complicado, pero te recomendamos que te informes bien en las oficinas turísticas de la zona antes de acercarte, ya que las indicaciones escasean, en algún tramo la pasarela se empina, al bajar por las rocas y, una vez en la orilla, toca ir saltando de piedra en piedra. Estamos en un espacio salvaje, sin acondicionar, que los vecinos conocen y disfrutan desde siempre y al que conviene llegar con el cuidado y el respeto con el que se va a a un entorno natural virgen.
Al dejar atrás la capilla de Santo Eutel, una pequeña caminata nos acerca a la orilla, dejando las últimas casas atrás. El sonido del río se va abriendo paso entre los árboles y se convierte en la mejor guía. Algo más allá el valle se abre frente a ti y descubres, ahí abajo, las pozas, los rápidos y las zonas en las que el agua helada se embalsa y que, en los días de calor, se convierten en el lugar perfecto para refrescarse.
Solamente falta decidirse por una roca en la que tenderse, por un bosque de ribera que nos dé sombra, si el calor aprieta, y disfrutar de la tranquilidad absoluta de este lugar. Conviene no olvidar, sin embargo, que aquí no hay socorristas y que la cobertura telefónica puede escasear. No es, seguramente, el mejor lugar para visitar con niños o con personas con movilidad reducida. Sin embargo, vale la pena acercarse si estás dispuesto a disfrutar de la naturaleza en estado puro y a tener el cuidado que el lugar exige.
Aquí, entre bosques centenarios, con los saltos de agua como único ruido de fondo, con un águila cruzando de vez en cuando sobre el valle, cuesta creer que la costa está, en realidad, a pocos kilómetros; que las playas, los paseos marítimos y los centros urbanos no quedan demasiado lejos. Es fácil imaginar que estamos en un valle de montaña mucho más remoto.
Ese es el gran secreto de A Costa da Morte, esa diversidad difícil de imaginar cuando se llega desde fuera. En un puñado de kilómetros puedes pasar de asomarte al océano desde los acantilados a hacer una ruta hasta dólmenes que llevan ahí, ocultos en el bosque, miles de años; puedes tomarte un aperitivo en un chiringuito a la orilla del mar y poco después darte un baño al pie de una cascada, visitar un castillo en el interior y unos minutos después asombrarte con una de esas inolvidables puestas de sol de verano desde las alturas, junto del faro de Cabo Vilán.
Todo eso y mucho más, las historias de naufragios, las leyendas marineras, los recorridos por el bosque, los pueblos de carácter acogedor en los que parar, buscar una terraza a la sombra y relajarse está ahí, a un paso del bullicio, de los puntos más turísticos y de los restaurantes de prestigio. Todo eso es A Costa da Morte. Todo eso es lo que puedes descubrir si sales de las rutas más populares y estás dispuesto a dejarte guiar por la sorpresa.
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