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Cudillero

La paleta de colores del Cantábrico

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El viajero debe saber que adentrarse en Cudillero en coche y recorrer sus calles hasta llegar al puerto puede ser una proeza, puesto que el acceso al centro de esta localidad asturiana se hace a través de una carretera estrecha, casi de un solo carril. Una vez estacionado el coche, todo el viento sopla a favor. Podrá pasear deshaciendo lo hecho y contemplar los alegres colores de las fachadas de la mayoría de las viviendas, dispuestas como en un anfiteatro que tiene la vista puesta en el escenario del mar Cantábrico. Si se acerca hasta los miradores de la Atalaya o La Garita y el paraje que engloba al faro, podrá disfrutar de la panorámica que brindan los acantilados. 

Un pueblo eminentemente pesquero cuya tradición se plasma tanto en su pequeño y encantador puerto como en el carácter apacible de los vecinos que siempre esperan sentados a alguien o algo. Las calles estrechas forman recovecos donde los pequeños establecimientos reciben al turista como si estuviera en casa, aunque es en las afueras del núcleo urbano donde Cudillero esconde sus mayores tesoros. Por un lado, la capilla del Humilladero, gótica, antiguo lugar de oración para los pescadores y de resolución de conflictos legales para los vecinos y el edificio más antiguo de la villa. Por otro, la Quinta de Selgas, lugar ideal para amantes de la naturaleza y el arte a partes iguales; permite tanto disfrutar de un agradable paseo por sus jardines de estilo francés, inglés e italiano cuidados hasta el más mínimo detalle como solazarse con algunas pinturas de El Greco y Goya. También hay que recorrer algunos kilómetros para acercarse a sus playas, como la del Silencio, que mantienen ese halo de permanecer inexploradas y salvajes y le ofrecen al viajero la enésima tonalidad del concejo.