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Sancti-Spíritus

Cuando la iglesia da nombre a un lugar

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Sancti-Spíritus ocupa una espaciosa llanura elevada, al borde de la calzada que une Salamanca y Ciudad Rodrigo, cerca del río Gavilanes, en el Campo del Yeltes. Debe su nombre a la consagración de la iglesia parroquial a la tercera persona de la Santísima Trinidad. El asentamiento prehistórico del lugar se remonta a varios miles de años en el abrigo de La Majada, en la Sierra de Camaces, declarado Bien de Interés Cultural en 1985.

El pueblo sufrió las graves consecuencias de los conflictos bélicos que asolaron al reino, sobre todo en la Guerra de la Independencia española, cuando los ejércitos franceses se atrincheraron en su iglesia, en la que incluso levantaron un horno de pan. El municipio y su tierra fue objeto de continuos saqueos y escaramuzas. El pueblo se organizó en torno a la vieja calzada y cañada, ampliándose más tarde por el actual trazado de la carretera. La variante que lo circunda alivió el trasiego continuo de tráfico rodado por el pueblo, contribuyendo a la ampliación del municipio en sus márgenes. Este importante eje viario trajo consigo el desarrollo del municipio con la aparición de una amplia infraestructura de servicios para aprovechar el creciente trasiego por carretera y el mercado portugués.

En medio del casco urbano se levanta la iglesia parroquial consagrada al Espíritu Santo, que dibuja planta de salón con torre de ladrillo a los pies. En los alrededores del municipio predominan los bosques de encinas y quejigos. La mayoría de los pueblos anejos se encuentran despoblados y con el tiempo se han convertido en dehesas particulares. Un caso de anejo despoblado lo constituye Fuenterroble de Abajo, que fue lugar de señorío en manos de don Francisco de Miranda y Paz. En el siglo XVII el lugar quedó arrasado como consecuencia de la guerra con Portugal, siendo repoblado en tiempos de Carlos III. La iglesia que todavía se mantiene en pie fue levantada durante el obispado de don Cayetano Cuadrillero y Mota. El rico potencial ecológico que arroja este sistema de explotación, unido a la fauna típica de las dehesas, hacen que estas tierras posean un gran valor ecológico.