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En 'Casa Marcial' (3 Soles Guía Repsol), la cocina es inseparable del paisaje. Un restaurante que fue hogar, bar donde se disputaban torneos de brisca, economato para todo, casa de comidas… Regentando a lo largo del tiempo por cuatro generaciones -y a la que ya se ha incorporado la quinta en cocina-, todavía se respira el ambiente familiar, los recuerdos de infancia, la memoria de más de 30 años de creaciones que han marcado una época en la gastronomía asturiana. Los cocineros Nacho y Esther Manzano han bautizado con el nombre de Nordeste su actual menú degustación. “Es el viento que lo despeja todo y el que sopla con fuerza en los lugares que más queremos. Los que lo conocen sabrán que es de todo menos dócil, pero en esta ocasión será ingrediente y cómplice”, anuncian al comensal. Es el hilo conductor de un recorrido que enraíza con las recetas tradicionales, pero con técnica, vanguardia y creatividad de este tiempo. Que nos lleva de los sabores del mar (llámpares, mejillones, bogavante, navajas, bonito) a los de montaña (jabalí, judías verdes, trucha del río Bedón, morros de cerdo o el icónico pitu caleya) sin levantarnos de la silla.
Desde la aldea de La Salgar (a la que se llega por una carretera de curvas desde Arriondas) se contempla la costa recortada y la policromía de las cumbres del Sueve, despuntando tras la niebla que suele ser habitual a primera hora de la mañana. Una estampa de montaña, mar, prado, río, huerta... Junto al porche de entrada del restaurante no es extraño encontrarse con hileras de patos, gallinas suelas, ovejas pastando o vacas refrescándose en el abrevadero. Ese cuadro costumbrista y etnográfico, arraigado en las tradiciones más profundas de Asturias, es el que han logrado trasladar al plato los hermanos Manzano, que cuentan desde hace unos años con la incorporación de Jesús Sánchez -hijo de Esther- en cocina y con Sandra Manzano al frente de la sala.
La historia de ‘Casa Marcial’ es, antes que nada, la historia de un hogar. La bisabuela fue la que montó un pequeño economato a finales del siglo XIX, que fueron heredando la abuela y los padres. En esta casa se podía comprar desde un kilo de fabes a una camisa enlutada si se presentaba un entierro imprevisto. Se disputaron torneos de brisca, se bailaba al son de la gramola, se escanciaba sidra tras el mostrador de madera y se encargaban cabritos o corderos, que asaba don Marcial a domicilio en las comuniones de los pueblos cercanos. “En el hueco de la escalera nacimos yo y mis hermanas Esther y Olga -recuerda Nacho. Era el corazón del pueblo, sin separación entre casa y negocio. Cuando mis padres empiezan a ofrecer comidas aquí, y vestían el comedor con manteles blancos, sacaban un vino especial y llegaban los clientes, todo era pura magia”. Se le iluminaban los ojos tanto como cuando iban al centro de Oviedo y se quedaba obnubilado viendo los escaparates de los restaurantes luciendo pescados y mariscos, “más que con cualquier juguetería”, reconoce el chef.
Muy pronto, Nacho conoció de primera mano el trabajo entre cazuelas y sartenes. “Con 15 años me llevó a su restaurante Víctor Bango -Vitorón-, todo un referente de la hostelería de Gijón. Era amigo de mi padre, con el que solía cazar”. Con él pasó seis años, y en 1993 regresó a La Salgar para darle una vuelta a la propuesta gastronómica de ‘Casa Marcial’. Entonces Esther ya se había contagiado de la pasión por los fogones; Olga ayudaba en la gerencia y Sandra, la pequeña, le tocó un día sustituir una fiesta con amigas por ayudar a atender la sala, y ahí sigue, haciendo sentir a cada comensal como uno más de la familia. “Esos inicios fueron curiosos y de puro contraste, porque convivían los paisanos con madreñas en la entrada, tomando culines de sidra y echando la partida, con el comedor moderno al fondo, de luces halógenas, manteles de cuadros vichy y una carta más vanguardista”, comenta Nacho entre sonrisas.
El boca a boca empezó a extenderse más allá de la comarca: “Me río yo del Instagram… Había colas casi todos los días y teníamos que poner mesas en la carretera y en el prado de atrás”. Esa cocina hablaba dos idiomas, que Nacho y Esther han sabido conjugar durante estos años. Por una parte, el lenguaje del territorio asturiano más profundo, con su rica y amplia despensa; por otro, el de la inquietud creativa. Paso a paso, “siguiendo nuestra marcheta, pero respetando siempre el legado. Cuando un cliente de fuera se sienta a la mesa, lo percibe enseguida. No hace falta explicarlo. Está en el aire, está en los platos”.
Los diferentes pases del menú Nordeste han sido bautizados con sensaciones que les transmiten los platos a los chefs: principios, primavera, recuerdos, destrozo, heladas, fragilidad, infancia… Los primeros bocados traen el susurro del Cantábrico: un caldo de llámpares (lapas) con un toque de sidra, alga kombu y lechuga de mar; un crujiente de mejillones con un interior de escabeche del molusco y gel de perejil; y una cuajada de apio con granizado de pasto (licuado de pepino, manzana y acederas). Rematan los aperitivos dos clásicos de la casa: el pan de Boroño, de maíz con papada de cerdo ahumada, aceite de chorizo y repollo encurtido; y la croqueta de jamón, con una fama bien merecida por la delicadeza de su bechamel.
De las lonjas cercanas llegan merluzas, bacalaos, rodaballos, xardías (sardinas), chipirones o, como en esta ocasión, el bonito presentado en dos elaboraciones: ventresca a la brasa acompañada con un velo de ibérico, “jugando con las dos grasas”; y el lomo de bonito marinado con cítricos y pimienta rosa, y que rematan con un flan hecho con agua de tomate y verduras y flores del huerto propio que tienen en la finca del hotel-restaurante 'Narbasu', a escasos 14 kilómetros de distancia. Allí también cultivan las judías verdes, tratadas a la brasa, con merluza, emulsión de los jugos del propio pescado y láminas de champiñón crudo.
En ese ir y venir del viento, que sacude las olas y acaricia los prados, surgen platos como la cola de bogavante, curada en salmuera con algas, emulsión de sus propios corales y unas láminas de nectarina y un velo de flor de hibiscos y sopa fría de hierba luisa y anisados, muy sutil para no robarle protagonismo al crustáceo. En la cercana sierra de Cuera, donde nace el río Bedón, pescan las truchas asalmonadas que presentan a baja temperatura sobre una cremita de verduras, flores blancas y crujiente de levadura tostada, con una recreación aromática de su propio hábitat, en forma de caldo de setas, hojas secas, raíces y musgo, “que nos acerca la humedad de la ribera”. En esta serranía también son habituales los jabalíes, como lo eran en la huerta familiar cuando Nacho era pequeño, y el recuerdo de los destrozos que hacían. Por eso este plato combina las fabes, los ñoquis de maíz, la flor de salvia, el nabo encurtido y una reducción potente y ligeramente picante de jabalí.
Los Manzano vuelven a rendir homenaje a tres de sus productos fetiche durante estas más de tres décadas de alta gastronomía. No podía faltar el pitu caleya (pollo de corral asturiano) “guisado al estilo de mi madre”, doña Olga, pero al que Nacho y Esther han aportado un escabeche de la propia ave, la textura de la cresta crujiente, la intensidad de unos tortellini rellenos con el menudillo y cacao y una emulsión de grasa de pitu y salicornia. El segundo imprescindible de la casa (de todas las asturianas) es el arroz con leche, que se texturiza en una piel de este postre con canela que recuerda al mochi japonés. Y el último es el maíz, base de los tortos que tanta fama dieron al comienzo a Nacho y que son irremplazables en sedes como 'Narbasu' (Recomendado Guía Repsol 2025) o los 'Gloria Oviedo' y 'Gloria Gijón' (también Recomendados), y que en este menú aparece en el postre final con diferentes elaboraciones del maíz que ellos mismos muelen en un molino rehabilitado: sabayón, bizcocho húmedo, frito, granizado y fermentado de la gramínea sobre un helado de mole y sopa de chocolate. Puro tributo al territorio, a la memoria, al hogar. Porque esta historia no se podría escribir en otro lugar.
CASA MARCIAL - La Salgar, s/n. Arriondas (Asturias). Tel: 985 840 991.
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