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Medina de Pomar

Lugar de descanso real

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Cruzada una de las centenarias puertas de su muralla del siglo XIV, el viajero se adentra en un casco antiguo de caminos empedrados y casas de rostro medieval, de fachadas señoriales cinceladas con blasones y escudos que denotan la aristocracia de la memoria ancestral. En este Conjunto Histórico Artístico lo primero que llama la atención es el Alcázar de los Condestables (siglos XIV-XV), que desde lo alto del municipio otea con sus dos imponentes torres cuadradas los dominios que se extienden a su alrededor, de los cuales se puede saber más en su interior: es la sede del Museo Histórico de Las Merindades. Pero quien vigila aún mejor desde los más alto de la ciudad es la iglesia de Santa Cruz, a la cual se llega por la calle del mismo nombre, no sin antes pararse en la Plaza Mayor y pasar por delante del Ayuntamiento (del siglo XIX). Su hermosa portada recuerda la integración urbanística que con tanto mimo se aplica para fusionarse con soportales medievales y balconadas exteriores. También con plazuelas como la del Corral, que con sus elementos contemporáneos y años de tradición expresan una perfecta armonía de contrastes nada estridentes.

Al abandonar el trazado medieval de la antigua villa amurallada, aún se encuentran ejemplos del patrimonio arquitectónico de Medina de Pomar. Al sur de la ciudad le esperan al visitante el monasterio de Santa Clara y la Ermita de San Millán. Con sus jardines a orillas de río Trueba, se alza la iglesia de Santa María del Salcinar y del Rosario y, al norte, junto a la plaza de Somavilla, aguarda el Convento de San Pedro. De vuelta en el casco viejo, es menester buscar un restaurante para probar el revuelto de perrechicos y, si de repente parece que la villa ha vuelto al Renacimiento, calma: la localidad burgalesa cuenta con un buen calendario de fiestas. Entre ellas, la Ruta de Carlos V, que conmemora en clave renacentista el último viaje hecho por el emperador, que le llevó por Medina de Pomar.