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Convento de San Francisco

Bermeo, Bizkaia/Vizcaya

Placidez. Resumido a sus esencias, esas ocho letras son una buena síntesis de lo que provoca en el ánimo el claustro del convento de San Francisco, cuyo césped pisamos. No es una sensación gratuita. El gran patio que nos envuelve ha visto pasar 660 años desde que se levantó por los señores de Vizcaya, extramuros de Bermeo, en 1357. Es, de hecho, el último claustro conventual del Medievo que se conserva en Vizcaya. Una veteranía que se tiene por fuerza que notar, como un rocío que cubre de vetusta solemnidad sus piedras. Es la joya indiscutible de este convento.

Cuentan también que este jardín quería simular el del Edén. Mucha ambición, acorde con esta tierra de hombres audaces. Pero este aspirante a paraíso terrenal, concentrado en una cancha de 14 por 14 metros, vale también su peso en arte. Su cercado de arcos ojivales no está cubierto por las clásicas bóvedas, sino por unas sencillas vigas de madera, que soportan todo el peso del edificio. Al otro lado de esos muros, la iglesia anexa se viste de gótico en su sencilla nave única, del siglo XVI, se adorna de recargado barroco en su retablo y alcanza el siglo XX con el gran órgano de su coro. Un gran recorrido por el tiempo, una evolución, que este claustro ha contemplado siempre junto a ella, sereno, impasible, eterno.

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