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Hombre con bastón animando la fiesta

Las ánimas de Almedina (Ciudad Real)

Celebra los Santos Inocentes y ten la fiesta en paz

Actualizado: 28/12/2016

Un trago de anís, dulces caseros y baile popular para acabar el día. Una tradición que se realiza desde hace seis siglos. Cada 28 de diciembre, los hermanos de la cofradía de las ánimas de Almedina llaman a la puerta de todas las casas para solicitar un donativo con el que encargar misas por las almas en pena. Así se aseguran que les dejarán festejar el fin de año en paz.

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"Serás lo que soy", reza contundente una frase en la bandera negra bordada con una calavera y dos huesos cruzados que, junto con una campanilla, un crucifijo de mano y un gran calcetín, forman los atributos de la decena de animeros que serán los protagonistas de esta celebración de muertos en plena Navidad.

El culto a las ánimas estaba tan extendido por toda la cristiandad que hasta las campanas de los templos, elementos importantísimos en la vida cotidiana, tenían su propio tañido diario para recordar a los vecinos cada anochecer que rezaran por ellas. Las ánimas necesitan ayuda y se dan a través de misas destinadas a su memoria con aportaciones de los fieles.

La devoción de los parroquianos evoca las procesiones de Semana Santa. Foto: Manuel Ruiz Toribio.
La devoción de los parroquianos evoca las procesiones de Semana Santa. Foto: Manuel Ruiz Toribio.

Acaba de salir el sol y los hermanos animeros se reúnen en la plaza del pueblo. No son más de diez y cualquier almediense puede formar parte del grupo. No se admiten forasteros. La campanita empieza a sonar y los vecinos van saliendo a las puertas de sus casas cuando se escucha ¡ÁNIMAS!, la palabra clave en Almedina en este día de los santos inocentes. El animero mayor, el miembro de mayor edad, vestido de pies a cabeza con rojos estampados, hace sonar los cascabeles colgados de su sombrero y amenaza con multar a cualquier vecino que no colabore como Dios manda. Su bastón de mando, otorgado por el alcalde para ese día, le permite que, al grito de "yo te denuncio", castigue de manera simbólica a rascarse los bolsillos de sus paisanos y metan unas monedas en el gran calcetín.

El purgatorio, impuesto por decreto por el papa Pío V en el concilio de Trento, en el siglo XVI, formó una zona donde las almas permanecían suspendidas hasta que pudieran salir mediante oraciones que compensasen los pecados inconfesos. Inhabilitadas para salir solas y corregir su propia purificación, los vivos son los encargados de interceptar por ellas. Las cofradías de ánimas fueron destinadas a rezar por las almas sancionadas que no tenían a nadie y ofrecerles misas para evitar su molesta presencia en fechas señaladas.

El donativo para las ánimas se mete en un gran calcetín. Foto: Manuel Ruiz Toribio.
El donativo para las ánimas se mete en un gran calcetín. Foto: Manuel Ruiz Toribio.

El escriño, un gran cesto de mimbre llevado por dos animeros, se va llenando de donaciones, de dulces de Navidad y otros comestibles duraderos, que los responsables de esta celebración les darán un justo destino. Las calles se animan y el sonido de la campanilla se mezcla con los villancicos. El abrir y cerrar de puertas, el beso a la cruz y la mano extendida con monedas se convierten en repetidos rituales durante la mañana. En la pequeña localidad de Almedina, actualmente poblada por unos seiscientos habitantes, es un día grande que acabará de madrugada con un tradicional baile.

Fiz de Cotovelo fue un alma en pena que vagaba por un bosque animado lleno de personajes de cuento que, como él, nos regalaron de mano de Wenceslao Fernández Flores, uno de los relatos literarios más entrañables de la literatura española del siglo XX. Este difunto de la fraga gallega deambulaba con su mortaja esperando que un cristiano peregrinase descalzo en su nombre hasta San Andrés de Teixido. En realidad, el culto a los muertos ha sido una práctica común en todas las culturas y, aunque la iglesia católica tuvo como prioridad erradicar las fiestas de invierno, de raigambre principalmente pagana, tuvo que aceptarlas, tomarlas como suyas y transformarlas en celebraciones religiosas.

Foto: Manuel Ruiz Toribio.
Foto: Manuel Ruiz Toribio.

Los caminos son asaltados por los animeros que son reconocidos desde lejos. Sus blusones de colores, parecidos a los de los botarga, son la señal de 'stop' para los campesinos que van y vienen en sus tractores, motos y bicicletas. Nadie se escapa a estos pedigüeños que te ofrecen un trago de anís y un dulce casero cuando el donativo cae en su poder. Ninguno quiere ser multado por este particular alcalde vestido de improvisado arlequín. Tampoco le gustaría a nadie encontrarse con ningún antepasado incómodo que le fastidiase el fin de año por no cumplir con el finado.

Aunque el culto a los muertos tiene su fecha mas importante el primer día de noviembre, desde Navidad hasta carnavales las cofradías de ánimas se manifiestan en toda Castilla desde tiempos inmemoriales. 'El Blanco', el ánima muda de El Ballestero, en la provincia de Albacete, sale cada 28 de diciembre pidiendo, sin decir una palabra, con una campana que el cura del pueblo le otorga entre muchos candidatos. Robar la campana, sin que nadie le viera en la iglesia, pasó a la historia cuando el párroco se hizo el responsable de entregar el instrumento. 'La Muda' cumple así una promesa al recaudar fondos para las almas errantes.

El animero mayor, con su bastón de mando cedido por el alcalde. Foto: Manuel Ruiz Toribio.
El animero mayor, con su bastón de mando cedido por el alcalde. Foto: Manuel Ruiz Toribio.

Llega la hora de comer y el calcetín está lleno, como el escriño. Las calles quedan vacías y los animeros se retiran hasta el próximo año. El baile nocturno espera sorpresas y alegrías. Todo el pueblo ha cumplido con creces con sus familiares y vecinos que desaparecieron por ley de vida.

Montiel, territorio plagado de historias de reyes, escritores y conquistas. Foto: Manuel Ruiz Toribio.
Montiel, territorio plagado de historias de reyes, escritores y conquistas. Foto: Manuel Ruiz Toribio.

El campo de Montiel que se extiende en rojo y verde, intensos colores de esta comarca de tierras arcillosas entre la Mancha y la sierra de Alcaráz, es un territorio plagado de historias de reyes, escritores, conquistas y reconquistas. Si nos alejamos unos 15 kilómetros de Almedina hacia el noroeste, uno de los pueblos más bellos de España, Villanueva de los Infantes, nos evoca versos que Francisco de Quevedo escribió en su estancia obligatoria en esta comarca hasta que dejó la vida. Su plaza mayor, la más solemne de la Mancha, sorprende por sus nobles porches neoclásicos de piedras de sillar. Más de cincuenta escudos blasonados se conservan en las casas y palacios de esta villa que sirvió de refugio a los infantes de España.

Una recta de quince kilómetros separa Almedina de Montiel, la antigua capital del Campo, donde Pedro I de Castilla, el cruel para unos y el justo para otros, fue asesinado por su hermano Enrique en una siniestra emboscada de tramas palaciegas y avaricia de poder. Cervantes conoció bien esta tierra y no lo ocultó como hizo con otros misteriosos lugares de los que no quiso acordarse. Don Miguel asistió a las famosas bodas de Camacho el rico, que se celebraron en la antigua aldea de La Fuenlabrada, cerca de Fuenllana. "Los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta: todos limpios, todos diligentes y todos contentos", nos contaba el escritor de la fiesta más grande que aparece en El Quijote.

Villanueva de los Infantes, uno de los pueblos más bellos de España. Foto: Manuel Ruiz Toribio.
Villanueva de los Infantes, uno de los pueblos más bellos de España. Foto: Manuel Ruiz Toribio.

Almedina dedica un día de las fiestas navideñas a las almas de sus muertos. Festejar, aunque sea en recuerdo de los que faltan, es un acto del humano desde que tiene entendimiento. Ya nos contó Demócrito, el filósofo risueño que vivió casi 500 años antes de Cristo: "Vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas".

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