En nuestro país tenemos paisajes invernales capaces de dejarnos con la boca abierta: desde la Siberia soriana a las termas islandesas de Orense, pasando por un rincón finlandés en Rascafría o las Dolomitas en el Cantábrico. Estas son 10 postales de los lugares donde más brilla el invierno dentro de España.
1. La Siberia soriana
Casi durante un año el Moncayo se convirtió en los Montes Urales. Los pinares de Navaleno fueron los bosques del norte de la Unión Soviética y la fría y desnuda soledad de los campos de Gomara pasaron a ser las heladoras y vacías tierras siberianas. Fue hace más de medio siglo, cuando en 1965 Soria se convirtió en el set de rodaje de Doctor Zhivago, una de las más importantes superproducciones rodadas en España. Entonces Soria fue Siberia.
Aunque la película tuvo otras localizaciones, entre ellas Madrid y la estación aragonesa de Canfranc, su mayor parte se rodó en la provincia castellana. Una ruta por aquellos escenarios debe empezar en la estación de Cañuelo de la capital. Durante casi un año se transformó en la de Yuriatin, Rusia. Solo llegaron tres viejas locomotoras de Renfe, eso sí, disfrazadas de trenes militares bolcheviques.
Candilichera, escenario principal de la película, está a menos de veinte kilómetros de la capital. Plena comarca de Campo de Gómara, estepa cerealista entre el Duero y las sierras de la Pica y Deza. En verano la cosa es diferente, pero estos días de campos desnudos de espigas y nieve recien caída, recorrerlos es transitar por la estepa siberiana.

A un par de kilómetros de la carretera nacional, Candilichera ve pasar volando los coches rumbo a la capital. Sus ocupantes no reparan en este pueblo a trasmano de todo. Tal vez alguno agradece a aquella antena que pincha el horizonte la mejora en la cobertura de su móvil. Al lado del asfalto, un tendido eléctrico juega a la comba con los viejos postes de madera. Poco más. El paisaje es un campo inmaculado por la reciente nevada. Algún cerro rompe la monotonía de la llanura salpicada de choperas, esparcidas por el territorio de cualquier manera. En mitad de todo esto, una solitaria casona se decoró para que mudase en el palacio de la película.
El despoblamiento rural amedrenta hoy a Candilichera más que el severo invierno castellano. Una nave agrícola y el depósito de agua dan paso a casas destejadas y viejas puertas que llevan décadas sin ver trabajar a sus goznes. Calles sin aceras y frío, mucho frío. Ni rastro de los cincuenta vecinos censados. Estos días no salen ni las gallinas. Como en Siberia. Aquellos trenes disfrazados de la película se dirigían a Ólvega, el pueblo situado a los pies del Moncayo, montaña que trasnmutó en los montes Urales. Hoy es un área protegida que cuenta con hermosos paseos y ascensiones a una cumbre casi siempre venteada.
El pantano de la Cuerda del Pozo, San Leonardo de Yagüe y Covaleda también forman parte de la iconografía de la superproducción. En el entorno de la última se desarrolla la escena de la troska en la que los protagonistas viajan al palacete. Esas mismas pistas forestales acojen recomendables excursiones que, si hay suerte, pueden recorrerse a bordo de raquetas de nieve.
Ya de regreso cruzamos de nuevo las estepas de Gomara. Y ahora sí, miramos más por las ventanillas; abrigamos la leve esperanza de descubrir un grupo de cosacos galopando el horizonte o, por lo menos menos, ver un humeante ferrocarril en mitad de estos helados campos siberianos.