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Diferentes caras de una comunidad con mucho que ofrecer.

23 pueblos bonitos de Cantabria

Las joyas de Cantabria por costa y montaña

Actualizado: 13/10/2021

Cantabria es una comunidad chiquita, pero enorme en belleza. Mar, montaña y lluvia la definen en azul y verde, base de una paleta de colores que quitan el hipo. De sus 102 municipios, a veces es complicado escoger. Muy pocos son feos, aunque en algunos de la costa se han cometido atropellos. Pero las playas y la naturaleza los disculpan. Aquí va una selección atendiendo a si eres más de montaña y picos o de mar y barcos. Aunque ambas cosas son compatibles en un solo día. 

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Atentos a este aviso para los que no conocéis bien la tierruca: Cantabria tiene diez comarcas que agrupan a esos más de cien municipios: nunca vais a encontrar un pueblo que se llame Valdáliga, Valderredible, Asón, Liébana o Saja-Nansa. Aunque la carretera os lo indique, el nombre de la comarca va sobre un cartel de tono tierra. No os lieis. Si alguna vez os pasa, no seréis los primeros ni los únicos. Otro aviso lectores, escogidas las villas costeras primeras por turismo útil, pero no significa que cualquiera de los pueblos de montaña -los más- no pudieran encabezar este modesto listado. En cuestiones de gustos playeros o montañeros hay de todo. Vamos con los pueblos más bonitos de Cantabria que tienen playa y son famosos.

Los pueblos de costa de Cantabria

La Villa Marinera por excelencia. Quizá la foto de su ría y el puente de la Maza sean de los más famosos de toda la Comunidad, con permiso de El Soplao. Eso sí, con los Picos de Europa nevados al fondo. Carlos V de Alemania y I de España tuvo que dormir aquí cuando llegó para hacerse cargo del trono, pero antes, mucho antes, aquí ya había castillo de defensa ante piratas e invasores, restos romanos y unos pescadores que sobaban el bocarte antes de que anchoa triunfara en el mundo. Pocos pueblos de la costa -salvo en Euskadi- cuentan con la oferta gastronómica de San Vicente y ofrecen una planta como El Tostadero, Merón, Gerra, Gerrudca y parte de Oyambre.

Vistas sobre los tejados y la ría de San Vicente, desde el castillo. Foto: José García
Vistas sobre los tejados y la ría de San Vicente, desde el castillo. Foto: José García

Comillas es una bomba para los sentidos. Lo tiene todo. Desde los paisajes de la costa cántabra que recorrieron las ballenas y los últimos pescadores, a una villa donde el destino dispuso el encuentro de personajes singulares -mecenas indianos, aristócratas decadente, ilustrados y artistas- que dieron lugar al nacimiento del modernismo a finales de XIX. El Capricho de Gaudí, el palacio, sus barrios, la iglesia, las calles y palacios donde han dejado rastro una aristocracia y una burguesía que aquí se dieron la mano para sobrevivir. Y con las artes de por medio.

El capricho de Gaudí, que fue casa de muñecas de las hijas del Marqués de Comillas.
El capricho de Gaudí, que fue casa de muñecas de las hijas del Marqués de Comillas.

3. Castro Urdiales

Castro Urdiales es una joya histórica enclavada en la parte más oriental de la costa cántabra. Situado sobre enclaves de población prehistóricos –véase la Cueva de la Peña del Cuco– merece visita la Iglesia gótica de Santa María de la Asunción, de principios del siglo XIII, situada junto al Castillo de Santa Ana, que incluye un faro. Este conjunto histórico-artístico se completa con las ruinas de otra iglesia anterior (la de San Pedro, del siglo XII), y con la ermita de Santa Ana.

Un lugar perfecto para contemplar el pueblo. Foto: Elena Buenavista
Un lugar perfecto para contemplar el pueblo. Foto: Elena Buenavista

Una localidad que debe todo al maravilloso trozo de costa al que pertenece, la Costa Quebrada. Liencres forma parte del municipio de Piélagos y como en otros lugares -Laredo y Santoña- el turismo desaforado hizo de las suyas, pero su entorno lo merece todo. Por suerte, en 1986, antes de que la presión urbanística acabara con ellas, las dunas de Valdearenas y los alrededores costeros en Liencres fueron declaradas Parque Natural. La ría de Mogro es imprescindible.

La bellísima Playa de la Arnia, en Liencres. Foto: Marga Estebarranz
La bellísima Playa de la Arnia, en Liencres. Foto: Marga Estebarranz

5. Noja

Otro villa marinera clásica cántabra, muy turística sí, pero si te gusta el Cantábrico se merece un paseo, mejor que no sea en verano. El paisaje pedregoso de las playas de Ris y Trengandín son interesantes. El Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel envuelve esta bonita localidad. Un paseo por sus calles te descubrirá distintas casonas -recuerda que esta tierra es de indianos devueltos ricos y algunos aristócratas- de ilustres que habitaron aquí. El Palacio de Albaicín, la Casa Palacio de Velasco, la Casa Palacio El Carmen, la Casona de la Torre y la Casona del Capitán Venero son las más notables. Hay también en Noja un puente medieval de cinco ojos (aunque solo se ven tres por la variación del nivel del agua) que atraviesa las aguas de la marisma Victoria. Aunque es de origen medieval y está construido en estilo gótico, se le conoce popularmente con el nombre de Puente Romano.

Recorrer el camino que une las playas de Noja es una experiencia agradable. Foto: Johanna Saldón
Recorrer el camino que une las playas de Noja es una experiencia agradable. Foto: Johanna Saldón

A nadie que haga el Camino de Santiago por la costa se le olvida este tramo de acantilados quebrados e increíbles. La cascada del Bolao o la playa de Luaña definen su perfil, pero además arquitectónicamente tiene una parada interesante. Y los peregrinos la aprovechan para alojarse en la hospedería de la Abadía Cisterciense de Viaceli, visitar la Iglesia de San Pedro o el Palacio de los Villegas. Pertenece al municipio del Alfoz de Lloredo y acoge casas solariegas clásicas como las de Cossio o Gómez Toranda. Los acantilados de el Bolao dan para rodar series, películas, cuentos e imágenes inolvidables en vuestra memoria.

Playa de Luaña, en Cócebres. Foto: José García
Playa de Luaña, en Cócebres. Foto: José García

7. Pechón

Este antiguo pueblecito de pescadores de la comarca del Val de San Vicente tiene en su interior un par de calles que recuerdan y respetan aún como eran las casas cántabras por excelencia, con la característica solana en la fachada, donde en ocasiones aún ondean las ristras de maíz o de pimientos. Pero a Pechón lo escogemos porque es más discreto en cuanto al turismo que los otros pueblos costeros citados (hasta ahora) y sus alrededores naturales le proporcionan una situación única.

Para comer en Pechón: 'La Espina'. Foto: Roberto Ranero
Para comer en Pechón: 'La Espina'. Foto: Roberto Ranero

Situado en saliente con forma de pecho -de ahí Pechón, dice la leyenda rural- entre la Tina Menor que es la desembocadura del Nansa, y la Tina Mayor, que es la del Deva, pese a la presión turística ha logrado mantenerse, aunque con algunos desmanes que se disimulan. Ambas rías, más la playa de Pechón y sus alrededores, sitúan al pueblo en un lugar único, que anuncia lo que va a ser la costa siguiente, la de la gran Asturias. En Pechón, además del paseo hasta la playa o la ría de El Sable-Tina Menor, merece la pena dar una vuelta por su núcleo trasero del pueblo y tomar una tapa en La Espina.

8. Santoña

Que quede claro, Santoña es mucho más que el puerto de las anchoas. Es ni más ni menos que el lugar donde nació el gran Juan de la Cosa, el cartógrafo del descubrimiento de América, uno de esos personajes sabios y renacentistas de los que nos hubiera gustado tener muchos más. El puerto de Santoña ha jugado un papel fundamental en la historia de Cantabria. Aspiró a competir con Santander en la capitalidad de la región. Aquí se construyó también la carabela Santa Maria.

Faro del Caballo, en el Monte Buciero, Santoña. Foto: Agefotostock
Faro del Caballo, en el Monte Buciero, Santoña. Foto: Agefotostock

La localidad -turística desde luego- está dividida en dos zonas: una llanura, donde se asienta el casco urbano y una zona montañosa donde se alza la ladera del Brusco y el Buciero. La punta del Brusco la separa de Noja con una división natural que da paso en el litoral a la abierta y semi-salvaje playa de Berria. Su magnífico perfil costero se distingue por salientes, ensenadas, faros y acantilados, que rodean al mítico monte Buciero que cierra por al norte la estratégica bahía santoñesa. Para los que tienen mono de piedras y cultura, la visita al Monasterio de Santa María del Puerto se lo amortiguará.

Los pueblos de interior y montaña de Cantabria

Si te encanta lo rural o acabas de descubrir el placer de las montañas, los suaves valles verdes y los pueblecitos que son aldea y sueñas con instalarte en alguno -vale, es un sueño- aquí vas a encontrar más de media docena donde instalarte y ser feliz. O no, porque a lo mejor eres más urbanita de lo que crees y el bucolismo está bien sobre el papel,

9. Santillana del Mar

Podría encabezar este listado. Primera recomendación: si puedes no vayas en agosto. Es el pueblo de las Cuevas de Altamira, pero mucho más. Aunque es un pueblo “museo” demasiado “recuidado” dicen los “relistos”, es una belleza. La colegiata de Santa Jualiana, antes Monasterio, es del siglo XII y un exponente del románico más hermosos. Sus calles empinadas, el edificio que acoge al Parador de Turismo y la plaza donde se encuentran las torres de Merino y Don Borja.

La Colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar. Foto: Agefotostock
La Colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar. Foto: Agefotostock

Es cierto que es el pueblo de las tres mentiras. Ni tiene mar, ni es santa ni llana, pero merece un paseo detenido. Alrededor de la colegiata y su bello claustro, de finales del XII-principios del XIII, se desarrolló un núcleo de población que vivió épocas de gran esplendor económico, como evidencia la riqueza de las numerosas casonas y palacios que conforman esta villa. Son espléndidos edificios como las casas del Águila y la Parra (donde el Gobierno Regional ha instalado una sala de exposiciones), el palacio y la torre de Velarde, la casa de Leonor de la Vega, los palacios de Barreda, Tagle y Villa y un larguísimo etcétera que sería demasiado extenso enumerar.

Entre los Picos de Europa, este pueblo de película -que le pregunten a la Heidi moderna- se puso de moda hace unos pocos años, aunque los amantes de Liébana ya lo conocían desde hace décadas. Con una media de 50 habitantes, el pueblecito de Mogrovejo fue otro de los escenarios clave de la película. Aquí se situó la casa de Pedro, el inseparable amigo de Heidi. También se recreó un mercado típico suizo, una oficina de correos y escenas como la llegada de la señorita Rottenmeier en su coche de época. Mogrovejo fue, además, el lugar donde se alojaron durante el tiempo del rodaje los actores principales de la película, los dos productores y la directora. El paseo por sus valles, sus casas de la montaña, su naturaleza, es más que revitalizante. Es la vida.

Vista sobre Mogrovejo, el pueblo de Pedro en la ficción. Foto: Sofía Moro
Vista sobre Mogrovejo, el pueblo de Pedro en la ficción. Foto: Sofía Moro

11. Bárcena Mayor

Otra pasada para los que aman los pueblos de montaña. Estaba destinado a desaparecer en los años 60-70, pero su suerte cambió, forma parte de la ruta de los “foramontanos”. Sucedió un hecho mágico al inicio de la Transición: que un director de cine cántabro Mario Camus, se le ocurriera rodar aquí Los días del pasado, la película de una maestra -Marisol- enamorada de un maquis -Antonio Gades- que acabó en estos montes. Fue muy hermosa. Lo es aún hoy.

Otra pasada para los que aman los pueblos de montaña. Foto: Agefotostock
Otra pasada para los que aman los pueblos de montaña. Foto: Agefotostock

El pueblecito -no se puede acceder con el coche- pertenece al municipio de los Tojos, situado en el valle del Saja, en las orillas del río Argoz. Fue declarado conjunto histórico-artístico por Real Decreto de 7 de diciembre de 1979 y pasa por ser el más antiguo de Cantabria. Además, hoy en día es uno de los lugares más visitados, después de Santillana del Mar y Cabuérniga.

Es la capital de la montaña, del valle de Liébana. Nos encanta, el pueblo porque lo que dicen los cántabros es verdad – “es un territorio llano rodeado de montañas donde desarrollaron sus luchas medievales las poderosas casas de los Mendoza y los Manrique"-. En épocas más recientes, 1836, nacía aquí el gran violinista Jesús de Monasterio.

Vista de Postes desde Santo Toribo. Foto: Sofía Moro
Vista de Postes desde Santo Toribo. Foto: Sofía Moro

La población de Potes, capital del pequeño municipio, está ubicada en el centro de la comarca de Liébana, donde se unen los ríos Deva y Quiviesa. Mencionada documentalmente desde mediados del siglo IX y desde los años finales del medievo estuvo vinculada a la Casa del Marqués de Santillana, primero, y a la del Infantado, después. Sus puentes son famosos y las torres, tanto la del infantado -ahora sala de exposiciones- como la de Orejón, son preciosas. Un paseo por sus soportales -llenos de comercio- y las calles traseras, es un placer. Desde hace siglos, los lunes tiene mercado. Y algo igual de importante, a su lado está el monasterio de Santo Toribio de Liébana, con joyas que van desde los comentarios del Apocalipsis del Beato de Liebana a las historias sobre el Arca Perdida y Spielberg.

13. Liérganes

Si Santoña es mucho más que sus anchoas, Liérganes va mucho más allá de sus famoso chocolante con churros. Calentitos, crujientes, ya sea después de un día de surf o de un paseo por los verdes montes. Capital del municipio de la comarca del mismo nombre. Acoge importante arquitectura clasicista de los siglos XVII y XVIII, fruto del auge económico que la fábrica de artillería propició en ese período en la comarca. El núcleo urbano está asentado a los pies de dos pequeñas elevaciones: Marimón y Cotillamón (conocidas popularmente como "Las Tetas de Liérganes" por su parecido antropomorfo).

El Puente Nuevo de Liérganes. Foto: Ayuntamiento de Liérganes
El Puente Nuevo de Liérganes. Foto: Ayuntamiento de Liérganes

La villa está ligada a la leyenda del hombre pez, que como todas las leyendas tiene algo de real (su protagonista, Francisco de la Vega) y algo de ficción (su variado final). Francisco de la Vega nació en la localidad en 1660 y, tras arrojarse al río Miera, desapareció en el Cantábrico. Cuentan que fue localizado años después, perdida la razón y el habla, en la bahía de Cádiz.

La parte vieja de Liérganes (El Mercadillo) es conjunto histórico-artístico e incluye, además de las casonas populares, el Palacio de Rañada o Cuesta-Mercadillo, la iglesia de San Sebastián, la parroquial de San Pedro Ad Víncula, las casas de los Setién y los Cañones, las capillas del Humilladero y el Carmen y el puente nuevo. A pesar de la indudable relevancia de este conjunto, el monumento más importante del municipio es el museo-palacio de Elsedo, en Pámanes. Todo ello lo recoge la página del Turismo de Cantabria. Lo que no recoge aún como patrimonio el pueblo es que aquí actuó El Cariñoso, José Lavín Cobo, Pin El Cariñoso, uno de los maquis más famosos e intrépidos de las montañas cántabras. Liérganes tiene historias preciosas -y tristes- del maquis.

14. Cosío

Está más descubierto que algunos de los anteriores -Labarces o Abanillas- porque fue pueblo de Cantabria en el 2016, pero lo merece. Es uno de los tesoros de Rionansa, un placer de visitar, admirar su piedra de sillería, sus casonas, torre y arquitectura, además de la comarca en donde se sitúa, la del valle del rio Nansa, el gran salmonero. Hay varias casas construidas entre los siglos XVII y XVIII, que recomienda visitar Turismo Cántabro:

Cosío desde las alturas. Foto: Ayuntamiento de Cosío
Cosío desde las alturas. Foto: Ayuntamiento de Cosío

15. Carmona

Pertenece al maravilloso valle de Cabuérniga -sí, donde está el zoo más aceptable y hermoso de España. Carmona es un pueblo entero, donde el urbanismo turístico del pasado siglo no tuvo tiempo de destruir. Está declarado Conjunto Histórico-Artístico y se encuentra entre los valles del Saja y del Nansa, un maravilloso enclave natural. Sin duda, es uno de los pueblos encantados de Cantabria y en 2019 fue declarado uno de "Los Pueblos Más Bonitos de España". Basta con pasear por sus calles para confirmarlo. Conviene ir antes de que se popularice demasiado, que en tierras cántabras ya es conocido hace tiempo.

Carmona, en el maravilloso valle de Cabuérniga. Foto: Agefotostock
Carmona, en el maravilloso valle de Cabuérniga. Foto: Agefotostock

16. Loma Somera

Una joyita por descubrir, pequeño y hermoso entre los 53 pueblitos que conforman Valderredible, la comarca más al sur de Cantabria, donde arte rupestre y románico son un placer. Cuidado y mimado en los últimos años -se han enterrado los cableados y está impoluto- sus dos calles principales, las fuentes y la ermita de San Miguel, del siglo XVI, son un valor a su silencio, sus alrededores -puerto del Pozazal y Villanueva de la Nía.

Calles de Loma Somera
Loma Somera, una joyita para descubrir. Foto: José García

Pero aunque solo sea por la Piruta, un roble monumental que forma parte de la ruta de los Robles Milenarios, Loma Somera se merece un puesto en esta lista. Cada día se hará más conocido -ya está entre los aspirantes- aunque algunos de sus habitantes temen el día en que sean invadidos por los turistas. No será pronto ni habrá tal invasión, se necesita amor a los árboles, la naturaleza y la piedra para acercarse hasta aquí.

17. La Hermida

El desfiladero más largo de España, el de la Hermida -21 kilómetros- tiene un pueblo de mismo nombre, al pie de esa sinuosa carretera que une Unquera con Potes, la capital de la Liébana -arreglada en el 2020- El casco urbano, pegado a la carretera prácticamente, tiene el famoso balneario al otro lado del río, recuperado en 2006. Las Fuentes de Aguas Termales manan a una temperatura de 62 grados centígrados. Llevan funcionando desde mediados del siglo XIX. Aunque este alojamiento se mantuvo abandonado durante varias décadas, en 2006 volvió a ponerse en marcha, esta vez contando con un balneario. Cuenta además con la Ermita de San Pelayo, situada en un alto. Son unas ruinas datadas en el siglo XII; la capilla de Las Caldas, del XVII. Su origen se remonta al siglo XIII, aunque hoy en día sólo se pueden ver sus históricas ruinas.

El desfiladero de la Hermida, el más largo de España. Foto Sofia Moro
El desfiladero de la Hermida, el más largo de España. Foto Sofia Moro

Pero en este modesto pueblo, donde se come bien, el desfiladero es su razón de parada y existencia. A mitad de camino, la ermita románica de Santa María de Lebeña es, sin duda, la joya del arte románico de Cantabria junto con las colegiatas. El otro gran tesoro es el Mirador de Santa Catalina, que permite contemplar el desfiladero con el Deva al fondo, en un paisaje tan grande que uno regresa del lugar convenido de que somos una partícula.

18. Cartes

El Camino Real, 500 metros de calle que hacen las delicias del paseante. Eso es Cartes básicamente, aunque como todos los pueblos cántabros tiene una historia que contar repleta de aventuras. Como siempre, el emplazamiento determina el futuro y el Besaya, la comarca a la que pertenece Cartes, fue elegido por los romanos para construir la calzada hasta Suances (Portus Blendium) y Santander (Portus Victoriae). Nunca perdió este camino real el transito, ni cuando llegó la repoblación de Alfonso I.

Por sus calles discutieron dos familias de renombre, los condes de Castañeda y los marqueses de Aguilar. Foto: Agefotosck
Por sus calles discutieron dos familias de renombre, los condes de Castañeda y los marqueses de Aguilar. Foto: Agefotosck

Está en el Camino de Santiago Francés a través de Carrión de los Condes o con el de la Costa y País Vasco, por Santillana del Mar. Por sus calles discutieron dos familias de renombre, los condes de Castañeda y los marqueses de Aguilar. Pero hoy, los nombres de algunas de las mejores casonas, representantes de la arquitectura montañesa, son los de los Bustamente, los Manrique o los Ceballos.

Capital del Valle del río Pas, cuna de los pasiegos, un pueblo dentro de otro pueblo, los cántabros. Para llegar a Vega hay que entrar carreteras que descubren en los altos las cabañas donde pasaban el invierno con sus animales los habitantes del valle; pasear por Vega de Pas, además de cruzar el río y sus calles empedradas, es descubrir una historia maravillosa y en tiempos, quasi enterrada, la de las amas de cría para los Reyes de España. Su museo etnológico es uno de los mejores cuidados y aunque en los últimos tiempos, hay pueblos donde se han converitdo en remedos impostados de lo que fue forma de vivir en los medios rurales, el de Vega del Pas merece la pena. Además, la casa del doctor Madrazo merece una mirada. Para niños, también tiene todas las posibilidades.

Capital del Valle del río Pas, cuna de los pasiegos. Foto: José García
Capital del Valle del río Pas, cuna de los pasiegos. Foto: José García

20. Ampuero

No se puede quedar fuera el capital del valle bajo del Asón, Ampuero, donde el Santuario de la Bien Aparecida es lo primero que te citara un cántabro sobre este pueblo. El Asón, uno de los ríos más salmoneros de la comunidad, proporciona unos paisajes a la zona que merecen la pena. Aunque Ampuero tiene industria, si pasas por allí hay que echar una mirada no solo al Santuario, sino a las casonas que hicieron los indianos que volvieron de las Américas a finales del XIX y principios del XX. Es conocida la de los Espina Velasco en la Barcena.

21. Labarces

Pertenece a la comarca de Valdáliga y no lo vas a encontrar en ninguna de las listas habituales de pueblos hermosos, pero en unos pocos paseos, en lo alto de la carretera entre Roiz y San Vicente de la Barquera, te toparás este pueblo que también se ha salvado. Tiene algunas casonas indianas notables, un paisaje sobre la ría de San Vicente hermoso, paz y escaso turismo. Además de mirar tras las cancelas de las casonas, visita la capilla gotica de la Virgen del Endrinal de principios de XVI,La Iglesia Parroquial de San Julián del Barroco montañes del XVII, la capilla de la Virgen del Camino tambien del XVII. Tiene carácter el lugar. Su historia cuenta que es un pueblo de origen hidalgo -como tantos en la comunidad, hidalgos más bien pobres, se hacen chistes- es un pueblo antiguo, que estuvo en contra del dominio de la Casa de Guevara en la comarca.

22. Abanillas

Es uno de los 14 pueblos del Val de San Vicente, la comarca de Cantabria límitrofe con Asturias. Tiene un par de calles y los dos barrios, bien hermosos, con historias recientes, está incluido en la Ruta de los Maquis de este territorio. Pero lo más importante son sus vistas sobre los Picos de Europa y el mar Cantábrico, que se divisa un poco más arriba del cementerio. Además de los tomates de Abanillas, cuyas semillas en los últimos tiempos se han convertido en los mejores de Cantabria. Merece la pena pasear por el pueblo, se puede hacer incluso en agosto, bordearlo y echar un vistazo al casi derruido palacio de los Noriega del Pozo, del siglo XVI. Una lástima. Desde sus altos, las vistas sobre el el Monte Cabana son un lujo, como las del perfil de los Picos de Europa, con el Naranco y alrededores jaspeados de nieve hasta bien entrado el verano.

Paseando por las calles de Abanillas. Foto: José García
Paseando por las calles de Abanillas. Foto: José García

23. Barcenillas

Otro pueblecito cuya característica son las casonas de los indianos y la aristocracia local. Pertenece a Ruente y está situado en las orillas del río Saja, que recorre una vega menos agreste y sí más fértil que las peadas a las Picos de Europa. Es otro de los que se encuentra en la ruta de los Foramontanos, empeñador en encontrar la vía más sencilla hacía Castilla. Como Cartes, entran en el Camino Real. Entre los siglo XVII y XVIII comienzan a llegar los ahorros de los emigrados a América y se levantan las casonas de los indianos, de estilo barroco más bien.

Aspira a ser “pueblo más bonito de Cantabria” en los próximos años y el turismo oficial del territorio destaca del pueblecito las fachadas de sillería y ostentosos trabajos de talla en piedra y madera: la del Cantero, magníficamente conservada; las de la Plaza del Cantón; la que se encuentra en el camino de subida a Lamiña, con una arcada de cinco arcos; o la de Calderón, caracterizada por su extremo barroquismo”. Hasta hace unos pocos años, una de esas maravillosas casonas estuvo ocupada por la Fundación Barcenillas, creada por el editor Pancho Pérez González, un notable cántabro que amaba Barcenillas.