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Silueta de la torre más alta del Edificio Telefónica de Madrid

Telefónica cumple 100 años: visita al rascacielos emblema de Madrid a través de la novela de Ilsa Barea

La Telefónica, historias de amor y guerra

24/01/2024 –

Actualizado: 04/01/2024

Fotografía: Sofía Moro

Hay un rascacielos en Madrid que ha sido y es protagonista de nuestra historia. Testigo del convulso siglo XX español y hermoso por su vida. Sus paredes explican muchas razones sobre cómo somos tras los últimos cien años. La antigua Compañía Telefónica Nacional de España cumple un siglo en 2024. Su sede más señalada, unos pocos menos. Y, sin embargo, la mayoría de los peatones -cientos, miles, millones- pasan por sus puertas sin levantar la cabeza para admirar un referente arquitectónico. Y mucho más.

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Es la Telefónica de Gran Vía. Un lugar que da título a una novela -Telefónica de Ilsa Barea- y el más simbólico y nombrado por la prensa extranjera. Ningún otro lugar ha albergado un microcosmos así de lo que fue la guerra civil española: lucha, refugio, amor, odio, solidaridad, conspiraciones nacionales e internacionales... Y modernidad. Fue el símbolo moderno de Madrid.

Vista del Edificio Telefónica desde la Gran Vía de Madrid
Integrado en el paisaje de la Gran Vía, merece una mirada más detenida.

Dentro de este edificio, levantado al estilo del Verizon Building de Ralph Thomas Walker en Nueva York, el conflicto preludio de la II Guerra Mundial tuvo su propia representación. Ilsa Barea, luego segunda mujer del escritor Arturo Barea (La Forja de un rebelde) lo retrató en una novela que completa todas las menciones que hacen también las grandes corresponsales en sus crónicas: Lillian Hellmann, Virginia Cowles, Nancy Cunard, Dorothy Parker, Martha Gelhorn, Nancy Johnstone... Oscurecidas injustamente por las crónicas de ellos: Henry Buckley, Jay Allen, Herbert Matthews, Hemingway, John Dos Passos, André Malraux...

El Edificio Telefónica de Madrid iluminado de noche
Luces del siglo XXI, muy lejos de las bombas y obuses de la guerra civil.

Pero es la novela de Ilsa, compañera y amante de Barea, el periodista que trabajaba en la sede de la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España, la Telefónica) como censor de los corresponsales en la primera parte de la guerra, la que nos ha traído hasta Gran Vía 28, para recuperar la historia fascinante y durísima de lo que aquí se vivió. Ilsa se hace llamar Anita Adam y se describe como una mujer extranjera (era austríaca), “pequeña, rolliza y muy independiente”, que llega para ayudar a la propaganda y censura de la prensa extranjera, en defensa de la República y su gobierno, atacado por el golpe de Estado militar.

Salón de la planta noble del Edificio Telefónica de Madrid
Viaje en el tiempo. La sala noble de la planta 9, idéntica a la que conoció Alfonso XIII.

Inspiración neoyorkina

Tras mirar el edificio desde la acera de enfrente, hay que cruzar la Gran Vía o la Avenida de los Obuses, como se la conocía en la guerra por la cantidad de ataques que recibía desde la Ciudad Universitaria y el cerro Garabitas, donde se hicieron fuertes los sublevados. El objetivo también era el rascacielos, que albergaba la clave de las telecomunicaciones del país.

Trabajadores en la construcción del edificio Telefónica de la Gran Vía de Madrid
La construcción del edificio está documentada en todas sus fases. Foto cedida.
Operarios introduciendo el cableado frente al edificio Telefónica de Madrid
Los cables y su instalación despertaron expectación. Era la modernidad. Foto cedida.

Esta mañana, el hall de la entrada por la calle Valverde -la fachada más larga y, como recuerda la novela, la más bombardeada por dar al frente- se mira con ojos diferentes. Es en este sitio donde esperan Reyes Esparcia, responsable de la Colección Histórico Tecnológica y Archivo Histórico de la Fundación Telefónica, y Sandra Gutiérrez, coordinadora de Exposiciones de la Fundación.

Hall de entrada, desde la calle Valverde, al Edificio Telefónica de Madrid
El hall de entrada (calle Valverde) mantiene gran parte de los originales.

Desde que el núcleo duro de la compañía se trasladó al Distrito Telefónica, en Las Tablas (al norte de Madrid, cerca de La Moraleja), son ellas y otros pocos compañeros quienes cuidan y miman a esta joya de la corona, que tiene su espacio estrella en el Espacio Fundación Telefónica. “No queda rastro de los bombardeos en la fachada, porque en las sucesivas restauraciones se taparon”, cuenta Reyes.

Detalle de los ascensores del Edificio Telefónica de Madrid
Los ascensores, que juegan un papel en la novela ‘Telefónica’ de Ilsa Barea.

Esta entrada mantiene el mármol blanco de Macael, los dorados de latón de las puertas, el mármol verde -en otras plantas rosado- que rodea las de los ascensores, apliques y suelos que se mantienen como los proyectó el joven arquitecto Ignacio Cárdenas, allá por 1926, cuando se empezó la obra finalizada en 1929. Recuerdan la historiadora y Sandra Gutiérrez como Cárdenas fue a Nueva York para seguir el modelo de lo que estaban haciendo los americanos en otros edificios dedicados a las telecomunicaciones. “Para Cárdenas, muy joven, y para su familia fue una oportunidad increíble. Lo cuenta él en sus memorias”.

Detalle del mármol en distintos rincones del Edificio Telefónica de Madrid
El mármol -y alguna otra piedra- es un hilo conductor del rascacielos de Cárdenas.

Reyes conoce el lugar como la palma de su mano. Historiadora, controla cada rincón y lo primero que hace es mostrar esta entrada, “que se mantiene tal cual, como lo vivieron Ilsa y Arturo Barea; también los corresponsales que entraban y salían corriendo por estas escaleras”. El mármol será uno de los elementos decorativos conductores del edificio, “y se ha respetado bastante aquí y en las plantas nobles”.

Vista de la Gran Vía desde el rascacielos y otra perspectiva de la torre del Edificio Telefónica
Vista de la Gran Vía desde el rascacielos y otra perspectiva de la torre.

Ha leído la novela de Ilsa, sabe lo mucho que las escaleras oscuras aparecen en la historia, por eso las señala antes de tomar los ascensores. Son otra pieza central. Nunca se cogían si se cortaba la luz. En alguno, la “extranjera” -como tal la miraban las diferentes facciones que ocupaban el edificio (sindicalistas, anarquistas, comunistas o socialistas)- describe a una ascensorista que, sentada en el rincón y pese a los bombardeos, sigue tejiendo ropa para un bebé con lana de mohair azul. La vida cotidiana durante la guerra.

Escaleras interiores del Edificio Telefónica de Madrid
Las escaleras y sus materiales evocan los rascacielos neoyorkinos de los años 20.

Una novelita con mucho de rosa y topicazos

Telefónica no es una gran novela. Puede encuadrarse en la literatura de crítica social de los años previos a las guerras mundiales; es ideológica y militante. Leída hoy resulta repleta de tópicos femeninos, sobre todo referidos a las españolas Pilar y Paquita, casualmente la mujer y la amante del hombre protagonista, Agustín. Anita Adam, el personaje femenino central, intelectual, periodista, moderna de ideas, que habla varios idiomas -Ilsa los hablaba, Anita tiene casi todo de ella- y que se quedará con Agustín (Arturo Barea), es una moderna frente a las dos españolas cotillas e ignorantes.

Vigas de la Fundación Telefónica
Los espacios de la Fundación Telefónica permiten lucir las vigas que ocultaba la estructura.

Quizá en parte fuera así, pero hoy es una novelita con mucho de rosa y topicazos. Su principal valor es que Ilsa Barea la termina de escribir cuando aún no ha finalizado la guerra civil. Ella y Arturo Barea llegan a Alicante y Barcelona a finales de 1937, tras ser despedido él. Las tensiones con las diferentes facciones acaban de echarles. Ilsa fue detenida por los comunistas, acusada de ser trotskista y liberada poco después. Arturo también era visto como sospechoso por los comunistas. Logran pasar la frontera al inicio de 1938.

Dos mujeres contemplan el homenaje a las telefonistas antiguas en el hall del Edificio Telefónica
Homenaje a las telefonistas. Suelo y frisos originales en la planta baja.

En esas circunstancias, la obra se convierte en un documento válido para la vida cotidiana y lo que representó la Telefónica y la resistencia de Madrid, con los corresponsales del mundo entero trabajando, cruzando la Avenida de los Obuses desde el Hotel Florida (hoy El Corte Inglés de Callao) hasta aquí, unos metros en los que se quedaron muchas vidas. Y da una visión femenina, aunque sea irritante.

Las tripas de las telecomunicaciones

Bajamos primero a los dos sótanos, donde se instalaba a los refugiados. En el más bajo había niños y madres, algún mayor, alguna mujer que hace de enfermera con heridos o cuida pequeños, como Concha, una de las pocas a las que salva Ilsa, junto a Lucrecia, una anarquista. Incluso hoy, este sitio agobia por la falta de luz, por la abundancia de cables.

Sótano del Edificio Telefónica de Madrid
Los sótanos durante la guerra. Seguros, pero asfixiantes.
La Rotary de Edificio Telefónica
La Rotary, lo último hace un siglo.

En ambos sótanos solo quedan cables y maquinaria propia de lo que ha sido el cambio de las telecomunicaciones en los últimos 50 años. Unas tripas que se enfrentan a más revolución tecnológica, tras la llegada de la fibra óptica y la evolución constante de las comunicaciones. La última gran reforma profunda del edificio se acabó en 1992, año de los Juegos Olímpicos en Barcelona y la Expo de Sevilla.

Anuncio de la construcción para la Compañía Telefónica Nacional de España.
Orgulloso anuncio de la construcción para la Compañía Telefónica Nacional de España. Foto cedida.

“Todas las plantas tenían baños, aunque Ilsa se queja de que nos faltaban en algunos sitios; y también fuentes de agua. Siempre ha sido un edificio vivo, adaptándose a los tiempos rápidamente por la materia de la empresa que lo ocupa. Te subías en un taxi y decías a Telefónica, o a La Telefónica, y no había que decir más”, recuerda la responsable de la historia de la compañía mientras habla de la galería cableada. “Los cables entonces eran presurizados con gas, ahora son fibra óptica. Es fácil imaginar lo peligroso que era”.

Planta 1 del Edificio Telefónica de Madrid
Las plantas 1 y 2 hoy, reformadas para los eventos culturales.

Las plantas 1 y 2 son las abiertas al público. En ambas había equipos automáticos Rotary. Hoy hay una a la que se mira con curiosidad. “Esta es una Rotary que se llevaba por las ferias en los años 20, para que el personal se hiciera una idea de qué era, cómo funcionaba”, cuentan Sandra y Reyes. Como si los demás mortales hoy supiéramos de qué hablan. Según la wiki, “Rotary es un sistema de conmutación electromecánico y rotativo diseñado en 1915 por Western Electric bajo la dirección de F. R. McBerty”. Ante la fila que ha quedado aquí de muestra, Reyes casi se emociona. Desde los años veinte hasta 1996, en España se instalaron dos millones de Rotary que eran el orgullo de la compañía.

Espacio de la Fundación Telefónica
Espacio de la Fundación Telefónica. Siglo XXI

En la planta 2 se puede ver el espacio Fundación Telefónica creado en el 2012, en donde Sandra Gutiérrez se encarga de organizar exposiciones, administrar la tarea cultural de la compañía, que siempre cubre con algo más cálido la fría tecnología de una empresa así. Es donde se ve una parte de lo que fue la obra arquitectónica del edificio, comenzado en 1926 pero nunca inaugurado formalmente. Fue la primera llamada transoceánica entre Alfonso XIII y el presidente Calvin Coolidge, en el otoño de 1928, lo que ha quedado para la historia. Pero la obra del edificio está documentada desde la primera piedra: fotos, planos y todo el desarrollo están en la web Fundación Telefónica.

Ilsa Barea y la portada de su libro 'Telefónica'
Ilsa Barea y la portada de su libro 'Telefónica'. Fotos: Hoja de Lata.

En esta planta, reformada para las exposiciones, eventos y vista al público, se pueden apreciar las vigas que conforman la estructura metálica, traídas de los Altos Hornos de Vizcaya y siempre vigilado todo de cerca por Cárdenas, que a su vez era tutelado por la ITT de Nueva York, entonces accionista de Telefónica. Los americanos, según la novela de Ilsa Barea, aún tenían un hueco -debía de haber media docena de personas, quizá técnicos o ingenieros- en el edificio en 1937, aunque a Reyes Esparcia no le consta. La reforma de este espacio es obra del estudio de Belén Moneo y Quantum Arquitectura.

Cuadro de Caviedes en el Edificio Telefónica de Madrid
Cuadro de Caviedes con “los cables” de Telefónica por todo el país.

Telefonistas, heroínas eficientes

Llegamos a la planta 5, la protagonista de tantos y tantos trabajos, por donde pasaron los textos de los mejores escritores y corresponsales del mundo -ninguna guerra atrajo a tanto escritor, poeta e idealista como la española-, donde estaba la oficina del censor, el despacho de Arturo Barea. Aquí llegó Ilsa, aquí se desarrollaron los amores tortuosos y tensiones entre el trío Anita-Ilsa, Doña Pilar (la insoportable mujer de Agustín-Arturo Barea) y Paquita, la amante, una telefonista cuya descripción poco tiene que ver con la figura de las telefonistas de esta casa.

La torre de los Otamendi desde el Edificio Telefónica
Desde la Telefónica, la torre de los Otamendi en Plaza de España. No le robó protagonismo.

Esa es la parte de la novela que menos agrada a Belén y a Sandra, porque las telefonistas de la Telefónica han sido su mejor imagen desde su fundación. Heroínas eficientes, respetadas, modernas para su tiempo, ser telefonista en esta casa era estatus de formación, eficiencia e independencia económica; un lujo con las pocas posibilidades de las mujeres de entonces. “Eran inteligentes y vivas, tenían que atender unas centralitas con cientos de puntos encendidos, saber de geografía, ser discretas”. Se lanzan Sandra y Reyes en defensa de unas mujeres que hace bien poco han sido protagonistas de la famosa serie de televisión Las Chicas del Cable.

Foto histórica de un grupo de telefonistas y vigilantas en la Telefónica de Madrid
Las vigilantes y las telefonistas. Conferencia que no llegaba, no se cobraba. Foto cedida.

Y con razón, concluyen frente a la descripción despectiva que hace la extranjera de Paquita, una coqueta de falda estrecha, apretada y bamboleando todo el día sus curvas frente a Agustín-Arturo Barea. La tal Paquita es la culpable de la detención de la periodista austríaca que, aunque breve, pudo acabar en una cheka asesinada.

Techos y apliques decó del Edificio Telefónica de Madrid
Techos, apliques decó y “vigas” de latón entre mármoles se han respetado siempre.

Esta quinta planta tiene poco de aquellos tiempos y pasiones, cuando por las ventanas entraban las esquirlas de las bombas y rompían los cristales, a punto de herir peligrosamente a los presentes. Podría matar al censor o a un corresponsal. André es el que más sale en la novela, quizá por André Malraux, con el que Ilsa coincidió alguna vez en Madrid. Se renovó totalmente al inicio de los años noventa, cuando se trajo la central digital.

Vistas desde la planta 8 del Edificio Telefónica Madrid
Vista desde la planta 8, la que utilizaban los corresponsales de medio mundo.

“Pero es aquí, entre la quinta y la sexta planta, donde estaban las telefonistas en la guerra civil. Tenían sus baños y sus taquillas, Aquí durmieron muchas de ellas en aquellos tres años”, recuerdan las responsables de Telefónica. Y sí, en eso coinciden con la versión de Ilsa, que como muchos de quienes habitaron el edificio, durmió aquí más de una vez. Era más seguro incluso que cruzar al hotel Florida o a los otros hoteles de Cibeles o la Puerta del Sol. Hoy ni en los cuartos de baño queda rastro. Eso sí, el mármol ha perdurado como en todo el rascacielos.

Una planta noble congelada en el tiempo

Llegamos a la planta 8, donde estaban los corresponsales y la Comandancia Militar. 8 y 9 son las nobles, como eran entonces. Al igual que el hall, se mantienen con su lujo sobrio, con el aire de los rascacielos de los años 30 de la Quinta Avenida; entras aquí y el Empire State o el Rockefeller Center se hacen presentes. Pero hay que recordar que ambos símbolos neoyorkinos son un poco más tardíos que la Telefónica. No solo el sempiterno mármol, sino la decoración decó de lámparas, paredes, muebles o los cromados de las puertas pertenecen a la época. Aquí son menos ostentosos.

Retrato de Alfonso XIII en el Edifico Telefónica
Alfonso XIII inauguró el edificio y aquí sigue.

Desde esta planta, los corresponsales podían asomarse a mirar al frente, al cerro Garabitas y a la Ciudad Universitaria cuando se oían las sirenas del bombardeo. Hoy, el edificio colindante ha crecido hacia la Gran Via y se ha perdido esa vista. Es la fachada que da a la calle Valverde, la más dañada, la que cada día visitaba Ignacio Cárdenas, el arquitecto. Casi a diario se acercaba a observar de cerca los daños que la guerra hacía a su Telefónica. Marchó al exilio, pudo volver, pero no ejercer de titular.

Lámpara de cristal en el Edificio Telefónica
Cristal de la granja en lámparas y apliques. No se escatimó.

Y al fin, ¡la 9! La planta noble, donde el tiempo da un salto hasta 1929, 1930 o puede que hasta la víspera de la guerra civil. ¡Todo está igual! Idéntico a las fotos antiguas que conserva la Fundación, en blanco y negro, en su archivo. Lámparas, sillas, gran mesa de reuniones, acabados de paredes, suelos y el retrato de Alfonso XIII (una copia del original, advierte Reyes Esparcia). Solo los añadidos del Rey Emerito y de Felipe VI hacen comprender que estamos en el siglo XXI. Han pasado noventa y cuatro años, pero por unos minutos la máquina del tiempo funciona.

Retrato del rey Alfonso XIII asomado desde la Telefónica y vistas de la Gran Vía
La vista de la Gran Vía a esa altura debió de impresionar al Rey. Ayer y hoy.

En la novela, Ilsa Barea no menciona esta planta, “quizá porque debía de estar cerrada a cal y canto para no dañarla” aventura Reyes, mientras observamos la famosa foto de Alfonso XIII asomado a la Gran Vìa, desde las últimas plantas del edificio. Son 13, pero parece que la foto del rey está realizada en la 11.

Ya estamos en esas alturas. Salimos al exterior, a mirar esta Gran Vía bulliciosa del siglo XXI. Encima de la 11, donde Reyes marca el punto de la foto tomada a Alfonso XIII. “Hay que tener en cuenta que es la primera vez que el monarca ve la Gran Vía desde esta altura, en 1928. Debía de ser increíble”. Aunque el Madrid de hoy nada tiene que ver con el de entonces, pero se adivinan los nuevos trazados, los nuevos tiempos por el color de los tejados.

Planta noble del Edificio Telefónica de Madrid
Casi un siglo no le han restado ni un ápice de nobleza.

“El edificio está en el vértice más alto de la Gran Vía -añade Sandra-, de forma que aunque luego se levantó el rascacielos de Plaza España, aquí sigue. El cerro es crucial”. La cúspide de esta torre que culmina la Gran Vía asoma lejana en el cuadro más famoso del lugar, la perspectiva del gran Antonio López. Testigo nada mudo de nuestra historia, que se merece una parada, una vista, un pensamiento.

Detalle de las conchas en la puerta de entrada del Edificio Telefónica
Las 'conchas' en la entrada de Valverde.

En la despedida, con la bajada por las escaleras más estrechas que dan a las plantas 12 y 13, es inevitable pensar en las carreras de periodistas, militares y sindicalistas cuando sonaban las alarmas, trepando para observar de dónde venían las bombas. La visita preludia el final en la antesala de la puerta de Fuencarral, donde está el mapa, obra del pintor Hipólito Hidalgo de Caviedes, con los puntos donde Telefónica tenía conexión en España. Una red que cubría la península y un pintor olvidado, hombre de su tiempo, de la Residencia de Estudiantes, del Chicote, del Lion.

El alma de la compañía y el edificio

Detrás de la pintura de Caviedes, el homenaje a las telefonistas. Y de nuevo, la reivindicación de Reyes Esparcia y Sandra Rodríguez de la figura de estas mujeres. “Ellas eran el alma de la compañía, la voz de la empresa. Sabían cálculo. Contaban los pasos a mano, hacían la cuenta mientras la central se iba encendiendo con los puntos rojos de las llamadas; la vigilante estaba detrás y si la llamada no conectaba, la compañía no cobraba. Sabían geografía. Hay que recordar lo que era la conferencia con un pueblo pequeño. Tenían que pensar por dónde pasaba la llamada, qué central para llegar al teléfono de una aldea remota. Tenían un estrés evidente”, cuenta Reyes.

Una telefonista de principios de siglo
La telefonista, el alma de la compañía. Foto cedida.

Años después, cuando comenzó a reconocerse su papel, en los homenajes les preguntaban a las mayores por lo más duro: el ruido. Hay detalles curiosos que hoy merecen destacar. “En las diferentes fotos que salen de la telefonista en la publicidad o en los reportajes, eran ellas, las compañeras, las que elegían quién tenía que salir en la foto”.

Acabado de las torres y pasillo circular de la planta noble.
Acabado de las torres y pasillo circular de la planta noble.

Tras dejar de nuevo el lugar por la puerta de Valverde, en el tirador de latón de la puerta de entrada, la original, puede descubrirse un par de conchas y cabe la sonrisa. Porque Reyes Esparcia ha contado como el arquitecto Weeks, fascinado por la Casa de las Conchas de Salamanca, le había pedido conchas también para el rascacielos de Madrid a Cárdenas. El arquitecto español se resistió, hizo oídos sordos y quizá como broma dejó este detalle.

Callao y los edificios modernos desde la Telefónica.
Callao y los edificios modernos desde la Telefónica.

De vuelta y despedida a la Gran Vía, una última mirada a la puerta, anacrónica por su diseño clasicista en un edificio de un arquitecto que se definía cubista. Puede que el reproche histórico de que falta perspectiva para verlo en toda su grandeza sea cierto, pero por eso, párate, levanta la cabeza y disfruta.

Detalles de la entrada principal del edificio Telefónica en la Gran Vía de Madrid
El neoclasicismo de la entrada principal no encaja en lo racional. Concesión del arquitecto.

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