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“Hace años, cada vez que entraba en un museo o una galería de arte, veía un vestido. Todo me lo llevaba a ese terreno de costuras, tejidos, diseños… Ahora solo veo platos para el restaurante o elementos decorativos para el hall, los pasillos y las habitaciones del hotel”, confiesa entre sonrisas Amaya Arzuaga. La afamada diseñadora, Premio Nacional de Diseño de Moda y Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, sustituyó hace unos años las pasarelas de Milán, Nueva York y París por el viñedo familiar, una reserva natural y el sinuoso cauce del río que atraviesa la milla de oro de la Ribera del Duero.
Fueron sus padres, el hostelero vasco Florentino Arzuaga y la modista burgalesa María Luisa Navarro, quienes en los años 80 del siglo pasado adquirieron una finca de recreo en Quintanilla de Onésimo (Valladolid). La Planta, que así se llama por la enorme encina milenaria que preside el patio de la casa familiar, se extiende por 1.500 hectáreas, “una de las más grandes de la provincia de Valladolid”, y cuenta con un viñedo ecológico de 430 hectáreas donde se cultiva fundamentalmente tempranillo, aunque también algo de merlot y cabernet sauvignon. “Mi padre es un gran apasionado del mundo de los vinos, y a finales de los 90 se animó a plantar viñas. Poco después montó la bodega, que hoy es todo un referente en la DO Ribera del Duero”, explica Amaya.
Hoy es el hermano de la diseñadora, Ignacio, quien dirige la bodega Arzuaga, todo un gigante que produce al año 2,5 millones de botellas y está presente en más de 40 países del mundo. Su buque insignia, que elaboran desde 1993, es el Crianza, aunque también cuentan con Reserva, Reserva Especial, Gran Reserva, La Planta, Gran Arzuaga, Laderas del Norte, el 100% chardonnay Fan d.Oro o el Amaya Arzuaga, un tempranillo y albillo mayor con maceración carbónica que fue una invitación de Nacho a su hermana. “Era de madrugada, porque soy muy noctámbula, y estaba preparando un desfile con todas las fotos de los vestidos desplegadas por el suelo. Me llamó y me propuso hacer un vino con mi nombre. Yo le dije que adelante, pero que, en vez de añadas, les llamáramos Colección y así surgió la idea de ilustrar las etiquetas con un traje de cada temporada”, recuerda la diseñadora. Ella confiesa que le gustan los vinos de trago largo, de estilo Borgoña, “por lo que puede que sea el menos Ribera de todos los nuestros, pero para mí trasmite mucha elegancia”.
De los temas de vendimia, elaboración y crianzas se encarga Ignacio y el enólogo Adolfo González. Aunque Amaya sí ha dejado su sello de estilo en la bodega. Hace año y medio decidió crean un videomapping, donde se maridan el mundo del vino y la moda, que proyectan sobre nueve enormes huevos de hormigón para la fermentación. Además, la sala de fudres de roble francés donde se realiza la crianza de su vino está inspirada, al igual que una icónica colección que presentó en París, en el esqueleto de una ballena: “Se podría decir que esa parte de la bodega, la más personal, es una interpretación de uno de mis vestidos”.
La experiencia enológica se completa con visitas guiadas por la bodega, vendimias nocturnas, diferentes catas -algunas singulares como la que se realiza a la puesta de sol-, talleres para diferentes niveles en el Taller de Catas situado junto al restaurante gastronómico, o rutas por la reserva natural de la finca La Planta. “En las 1.500 hectáreas encontramos encinas, pinos y sabinas, además de viñedo. En ella vive una comunidad de más de 400 jabalíes, 300 ciervos y 100 muflones, con los que se abastece a los dos restaurantes del hotel”, explica Guiomar, una de las guías del equipo de enoturismo, mientras contemplamos como salen disparados a la carrera los huidizos muflones.
La finca está presidida por la casa familiar de los Arzuaga, que en su patio central cuenta con una encina, de entre 800 y 900 años, con 4 metros de altura y 22 de diámetro, que recibe el nombre de La Planta. Junto a la casa está el huerto ecológico, de 8.000 metros cuadrados, del que se encarga Ángel, “hortelano, poeta y refranero”, como le describe algún compañero, y que surte al 'Taller Arzuaga' (Un Sol Guía Repsol 2025) y al restaurante ‘Tradicional’ de lechugas, tomates, pimientos, cebollas, ajos, guisantes, aromáticas y las primeras fresas de temporada a finales de la primavera.
A finales de los años 90, se construye el hotel Arzuaga y el restaurante de cocina más tradicional, donde triunfan el lechazo y los platos de cuchara de su carta. En 2009 se acomete una gran ampliación y remodelación, siendo la primera bodega de Ribera del Duero con hotel integrado -algunas de sus estancias están situadas justo encima de la zona de barricas- y el mayor complejo de enoturismo de la Denominación de Origen.
El hotel Arzuaga, de cinco estrellas, dispone de 96 habitaciones, entre ellas, una suite de 300 metros cuadrados con vistas a los viñedos, dos junior suites y 4 suites familiares. Todas tienen un cuidado diseño en su mobiliario, sábanas y cortinas, donde la impronta de Amaya se hace presente con las tonalidades del negro y rojo de sus pasillos o la decoración de su hall. “El compromiso con la sostenibilidad es clave en el diseño y gestión del complejo. Con el objetivo de minimizar el impacto ambiental, tanto la bodega como el hotel funcionan bajo un modelo de economía circular y autoabastecimiento. La finca, por ejemplo, cuenta con placas solares, riego por agua de lluvia y un sistema de purificación con ozono. Además, la depuradora propia permite devolver agua potable al río Duero y la gestión de residuos mediante compostaje facilita la reutilización como abono en el viñedo”, explican desde la dirección.
La mayoría de los huéspedes son nacionales -están a poco más de una hora de Madrid y a pie de la N-122 que comunica el norte y centro de la Península- y latinoamericanos, sobre todo mexicanos y puertorriqueños. Atraídos por las actividades relacionadas con el mundo vinícola, también pueden disfrutar de planes en la naturaleza, como paseos en barco por el cauce del Duero, o de desconexión total en su spa, “uno de los mejor valorados de España”, que dispone de circuitos de agua, sauna, salas de tratamientos con vinos y aceites ecológicos de las fincas familiares, o la exclusiva cápsula Cocoon, que ofrece una experiencia multisensorial inmersiva de salud y belleza.
La parte gastronómica está dividida en diferentes espacios. La última incorporación ha sido el wine bar, donde disfrutar de las referencias más especiales de Arzuaga y de otras bodegas del mundo, acompañadas de aperitivos gourmet, además de descubrir muchos secretos del territorio enológico. En el tradicional, con comedor interior y una gran terraza acristalada, se apuesta por el producto, como las tostas de sardinas ahumadas, la cecina de León, las anchoas de Santoña, el carpaccio de ciervo y foie, la merluza con su pil pil y almejas, las chuletillas de cordero lechal a la parrilla o el lechazo asado.
En 2017, cuando se acometió una ampliación de la bodega, el padre y el hermano de Amaya la animaron a abrir un restaurante gastronómico. Así surgió 'Taller Arzuaga', que comanda la joven chef salmantina Sara Ferreres, que apuesta por una cocina contemporánea de temporada que se inspira en el recetario castellano, con platos como el pastrami de lengua de jabalí, un recorrido primaveral por el huerto ecológico o la liebre rellena de foie con curry verde de albahaca y menta. El equipo de sala está íntegramente compuesto por mujeres, donde la sumiller Irene González se encarga de las armonías de una bodega compuesta por más de 700 referencias de todo el mundo. Y, como no podía ser de otra forma, aquí el diseño también es un comensal más que se sienta a la mesa, con lámparas de Moooi, cristalería de las marcas Riedel y Zalto, mobiliario con la firma de Tom Dixon o sillas de Jaime Hayon. Puro Amaya, que desde niña lleva el glamour en las venas.
BODEGA Y HOTEL ARZUAGA - Ctra. N.122, km 325. Quintanilla de Onésimo (Valladolid).
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