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Barranco de Peñalén

Funes, Navarra

A veces observar el vacío puede provocar una gran paz. Es como asomarse a al infinito, intentar abarcar el vacío. Quizá no sea exactamente el vacío, pero lo que ofrece el barranco de Peñalén se le parece. Un altar natural que se expande en un idílico entorno a casi 400 metros del suelo. Allí el agua ha erosionado las paredes de la tierra, mordiendo la pared de yeso y arcilla que forma su silueta para dejar un modelo de belleza, un trampolín en medio de la inmensidad de la Naturaleza. Tan solo a siete kilómetros de la localidad, se alza esta imponente atalaya que no le tiene miedo al precipicio, ni a las distancias. Unos ojos de halcón que observan desde lo alto las Bardenas Reales, Villafranca, Marcilla y a veces incluso las torres nevadas de los Pirineos se asoman ante sus impresionantes paredes. Ante él, las aves desafían las alturas como queriendo medir sus alas con Peñalén. Pero no hay nada que hacer, no hay garza real que pueda enmascarar la figura que amarillea entre los verdes que se asoman al barranco. Allí, hay quienes han de tener cuidado de tomarse un selfie, las alturas no perdonan y el barranco no soporta que lo desafíen de ninguna manera. Los visitantes han llegado hasta él desde Funes, algunos a pie, otros en bicicleta y los más en coche. 392 metros les esperan, cargados de altura y olvidados en el vacío de la Naturaleza.

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