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Agullent

Aromaterapia natural

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Siguiendo el olor a tomillo se llega a este pueblo del interior valenciano, lugar ideal para buscar la calma lejos del mundanal ruido y respirar el aire puro procedente de los pinos y arces de la cercana Benicadell. El humo de los cirios, que se elaboran de forma artesanal en la localidad, nos guiará hasta la iglesia de San Bartolomé Apóstol. De aspecto serio en el exterior, al entrar nos deslumbrarán las columnas retorcidas y doradas del altar mayor. Casi nos parecerá notar el aroma de frutos y hierbas que las monjas justinianas del convento de San Jacinto cultivaban en el huerto de este edificio del s. XVI hasta hace pocos años. Muy cerca de allí, la fragancia del jabón que se usaba en alguno de los antiguos lavaderos que permanecen intactos inundará nuestro olfato.

Un rico olorcillo a embutido y longanizas caseras nos recordará que es la hora de comer. Nada mejor que hacerlo acompañado de un buen pan cuya harina se elaboraba hasta hace poco más de 30 años en un molino del s. XV alimentado por el agua de la Font Jordana que cruza el centro histórico del municipio. Desde este punto la esencia de los cipreses nos escoltará hasta la ermita de San Vicente Ferrer y, en su interior, nos rodearemos del exceso del Barroco. Aquí, el primer viernes de septiembre, podremos disfrutar del olor del aceite milagroso con que los lugareños se untan para celebrar las fiestas del Miracle de Agullent. Y la esencia de las flores de las festeras nos descubrirá que tras cada Semana Santa, se celebra la festividad de Moros y Cristianos en esta localidad.

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