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Artenara

Atalaya de la isla

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En plena Gran Canaria, apuntando hacia el centro de la isla, Artenara se atreve a desentenderse de la playa y, en un entono tan bello, reivindica el simple placer de mirar. Estamos en el municipio más alto de la isla, a 1.270 metros sobre el nivel del mar, ese mar que buscan la mayoría de los que se acercan a Canarias. Para los que quieren conocerlas más a fondo, la isla reserva rincones como Artenara, una atalaya natural desde donde divisar todo el parque de la cuenca de Tejeda, incluyendo el Roque Nublo, una espectacular formación volcánica a 1813 metros de altura.

Artenara hace honor a su nombre en lengua bereber, “lugar escondido entre rocas”. Hasta bien entrado el siglo XX no abarcaba más algunas pocas casas en torno a una parroquia, San Matías, y la norma eran las casa-cuevas que se fundían con las laderas de Tejeda. Hoy esas viviendas rocosas son una de las principales atracciones del pueblo. Algunas de ellas se ofrecen para el turismo rural. Otras las podemos disfrutar en una casa-museo donde el tiempo se ha congelado entre sus paredes de piedra. Pero entre estas mesetas hay cuevas aún más antiguas, como Los Corrales de Acusa, algunas de las cuales guardan pinturas rupestres, formando parte de un conjunto arqueológico más amplio.

Sin bajarnos de las cumbres hay más rincones en donde disfrutar Artenara. Los mejores los podremos contemplar desde sus espectaculares miradores, como el de El Corazón de Jesús, o el de Unamuno, que recuerda la estancia del literato en esta isla. Tanto le impresionó lo que vio desde lo alto de Artenara que lo definió como “una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”. Nada que añadir.

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