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Mirador de Unamuno

Artenara, Palmas, Las

Allá por 1910, Miguel de Unamuno anduvo por los empinados caminos de Artenara, en plenas cumbres occidentales de Gran Canaria. Desde un balcón natural en lo alto, miró el horizonte infinito de la volcánica cuenca de Tejeda. Otro se hubiera quedado sin palabras. A él le salieron en cascada y teñidas de lírica incandescente. “Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas, que parecen almenas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca”, escribió, para luego rematar la descripción con otra bella metáfora: “Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra; parece todo una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”.

En 1999, Artenara agradeció al literato haber acuñado tan temprano eslogan turístico, construyendo un mirador dedicado a él en estas cumbres que tanto le impresionaron, el Balcón de Unamuno, y erigiendo allí una estatua que recuerda su estancia, por obra del artista local Manolo González. Así, apoyado en su barandilla, el perfil aguileño del genio de la generación del 98 contempla hoy, igual que ayer, este paisaje afortunado, buscando las mejores palabras para describir aquello que es mejor limitarse a admirar.

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