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Gavà

Un recuerdo barcelonés

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La noche se estaba haciendo larga. Tenía demasiadas cosas en qué pensar. Sabía que había un lugar de Barcelona en el que hacía 6.000 años crecían piedras preciosas en el subsuelo, aunque le había extrañado que esas minas estuvieran flanqueadas por un edificio tan moderno. Quizá quisieran hacer futuras excavaciones en el Parc Arqueològic Mines de Gavà, quién sabe.  Allí, en el casco histórico, los tejados a dos aguas se entremezclaban en sus pensamientos, coloreándolos en tonos rojos y marrón industrial, envolviendo la torre de la parroquia de San Pedro. Abajo, recordaba el Mercado del Centre que le había abierto el apetito con su color amarillo claro de la fachada y las terracitas de su lado con el jaleo de la gente yendo y viniendo. O, quizá fue, la campesina de Gavá, que le había asustado en el cruce con San Pedro, vestida de bronce con una cesta de ricos espárragos. Eso, le recordó por un momento, el parque del Milenio en el que una escultura andrógina le había observado de lejos. Ojalá fuera una estatua ahora y no le dolieran tanto las piernas de haber subido a la montaña de Eramprunyà, para ver las piedras rojizas del Castell, junto a la ermita de Sant Miquel. ¡Y menos mal que le habían dejado bañarse después en la playa de Gavà!. Aún le costaba entender como el mar y la montaña podían estar metidos dentro de una misma ciudad...  Igual mañana le llevaban a visitar las masías Casa Gran y Rosés, unas casas que según decían sus padres eran pequeños palacios catalanes. Aunque él prefería ver el refugio antiaéreo de la Rambla a ver si era tan real como el de sus películas de héroes. En cualquier caso, sería mejor dejarse de tantos nervios y descansar ahora. Siempre podría volver dentro de unos años a la ciudad y visitar de nuevo lo que más le había gustado ahora, que total, aún era solo un niño.