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Una isla en el castañar de Europa
La tranquilidad define tanto a Jubrique como la amabilidad a sus habitantes. Esta recogida población serrana se compone de retorcidas calles salpicadas de postigos y arcos, cuestas de pendiente infinita y viviendas unidas por viejas algorfas. El pueblo nació de la unión de cuatro aldeas moriscas y su punto central es la Plaza de Andalucía. En ella se encuentra la Iglesia de San Francisco de Asís, construida a finales del siglo XVI sobre una mezquita árabe, además del Ayuntamiento y una fuente que se declara a la mujer jubriqueña. Otra fuente, la ubicada en el paraje Río Lavar, fue tradicionalmente un lavadero público y hoy sigue siendo uno de los lugares preferidos por los vecinos para abastecerse de agua. A las afueras se encuentran también las ermitas de la Santa Cruz del Chorrillo y del Castañuelo.
En Jubrique se tiene la sensación de estar en plena naturaleza en todo momento. Entre casas y callejones siempre surgen vistas al entorno, dominado por un denso bosque de castaños que regalan cada año la primera cosecha de castañas de Europa. Sus hojas colorean el monte en cada estación de tonos verdes, amarillos, rojos e infinitos tonos cobrizos. Entre ellos discurren preciosos senderos transitados todo el año, especialmente en otoño, cuando arranca la temporada de setas. También se pueden ver aún algunos viejos viñedos que recuerdan la gran producción de vino y aguardiente de Jubrique, que en el siglo XVIII llegó a albergar hasta sesenta fábricas. Su historia se puede conocer en el Museo de Artes Populares y del Aguardiente.