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Son caprichosas y esquivas las musas, vaya si lo son. Los procesos de creación requieren, en ocasiones, interminables sesiones de trabajo y búsqueda, de reflexión y contraste, de experimentación, prueba, error y congoja; ya lo dijo Pablo Picasso, la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando. No obstante, otras veces se obtienen los mejores frutos como consecuencia del mismo azar o de los gestos cotidianos que acostumbran a pasar desapercibidos como meros automatismos y realmente esconden mucho.
De inspiración puede hablar Susana Gutiérrez, ceramista bilbaína instalada en Valencia, pues acostumbra a encontrar hilos de los que tirar en recuerdos, sensaciones, "cosas" y actividades que le motivan, desde la geometría al mar, pasando por su abuela o una golondrina. Sin embargo, la chispa de su obra más rompedora, Humana, el cuerpo fuera del cuerpo, saltó mientras se lavaba las manos en el cuarto de baño.
Ella lo achaca a que su cabeza es "una centrifugadora". "Estoy todo el día pensando, manía que me metieron en Bellas Artes; la gente cree que de allí sales sabiendo pintar o esculpir, y no, lo que aprendes es a pensar muchísimo y a defender tu trabajo", reflexiona la responsable del taller porcelanista 'Sweet Sue'. Así, contemplar la concavidad de sus manos bajo el agua desencadenó todos los pasos de un proceso creativo que en su caso lleva asociada la realización de numerosos esquemas, textos, garabatos y bocetos antes de enviar el arte final, con cotas y medidas precisas, a Casimiro, un moldista artesano.
Esta vez no le encargó a Casimiro poliedros ni polígonos (eso ya lo hizo en su colección Geom), tampoco vasos de txikito para servir pintxos (razón de ser de Txikit Oh!), en esta ocasión se trataba de trabajar con la forma de pechos, glúteos, espaldas y piernas femeninas. Concretamente el reto era ganar un espacio para la gastronomía en las curvas de siete mujeres, compañeras de la escuela y amigas personales, a las que pidió que señalaran aquella parte del cuerpo que no les gusta, que les crea un conflicto.
Sobre esos siete cuerpos y sus 'imperfecciones' se tomaron los moldes. Meri escogió las cervicales, doloridas con el paso el tiempo, e Ina la rodilla con "mollita" que tanto le atormentó en la adolescencia, cuando siempre vestía faldas que la ocultaran. Mar señaló las lumbares y Joana el pecho que le acomplejó hasta que se operó "para arreglar algo con lo que no estaba de acuerdo". Sara se decantó por el vientre ("la barriga es donde más se nota mi forma de pera"), Ana por la cadera ("tengo un poco de cartuchera") y Rebeca por ese culo que contempla como algo extraño ("me parece una parte ajena a mí, me hace sentir insegura").
El resultado, reflexión sobre la percepción del propio cuerpo, es un exorcismo y siete bofetadas a cánones, estándares y patrones de belleza impuestos, alimento de frustraciones. En lo estrictamente tangible, una fuente, un bol y cinco platos elaborados con porcelana de Manises líquida (en su composición incluye un 30 % de agua), de la casa Vicente Díez, que tira a color hueso y a la que se da un acabado clásico, simplemente un vidriado transparente. "Porque lo que realmente tiene que tener potencia es la forma, por eso la vajilla no está decorada ni nada", precisa Susana antes de señalar las dificultades técnicas experimentadas.
"La porcelana es el material cerámico más puñetero, tiene unos requerimientos técnicos muy bestias, necesita que estés muy pendiente de ella, muy atenta, con mucha concentración, porque deforma mucho a la hora de trabajarla en verde, cuando está húmeda todavía. Además, tiene una propiedad que es una putada, hablando pronto y mal: cualquier golpecito que le das, aunque luego lo vuelvas a poner en el sitio, ella 'lo recuerda' y en el horno vuelve a irse al golpe, no donde tú la has puesto otra vez. La memoria es una propiedad de la porcelana, por lo que artesanalmente es complicada de trabajar, y en el horno también deforma lo suyo. Técnicamente es bastante puñetera", sentencia Gutiérrez a propósito de un material siempre atractivo por su resistencia, fiabilidad y elegancia.
Pero al margen de consideraciones técnicas y estéticas, la vajilla 'Humana' destaca por ser una obra con una gran carga emocional. Éste es su gran valor. "Más que siete piezas de vajilla son siete historias. Como se aprecia en el cortometraje de Josep Maria Gresa, detrás de cada una hay mucho; es una reivindicación feminista pero desde la intimidad, desde decir 'mira, yo estoy harta de esto, de que se me mire así o de tener que seguir un puñetero patrón que me han impuesto'. Si me estorba el sujetador, porque tengo aquí atrás una chichilla y se me engancha, ¿por qué tengo que llevar esto? Se habla mucho de cánones de belleza y sus ataduras", explica Susana.
En ese sentido, ¿ha servido el trabajo, la vajilla y el documental, para derribar complejos? "El corto sí que ha servido para educar. Aparte de que lo premió una asociación para la coeducación en Valencia, el año pasado se proyectó en muchísimos institutos de secundaria de la Comunidad Valenciana. Y el día que lo presentamos en un premio se nos acercó un médico del Hospital La Fe de Valencia y nos dijo: '¿vosotras os dais cuenta de lo que puede ayudar este corto a la gente con anorexia y bulimia?'. Me quedé paralizada. Cuando enseñas tu trabajo al público las lecturas que recibes son muy diferentes a las que tú has querido dar, hay gente que lo ve de otra manera y te abre el campo una barbaridad", reflexiona la ceramista, quien dedica su vajilla 'Humana' a las mujeres, en general, y a su madre, en particular.
"El proyecto es para todas las mujeres, porque somos las protas del tema, y para mi madre, porque tengo una relación con ella brutal. Aparte, también ha tenido muchas peleas con su propio cuerpo, con el peso, con el tal, con el cual. Ahora la pobre mujer tiene un montón de artrosis, lleva toda su vida luchando contra su cuerpo", confiesa Susana, antigua profesional del diseño gráfico cuya vida dio un nuevo giro al asomarse en 2010 a la Escola d’Art i Superior de Ceràmica de Manises. "Yo había estudiado escultura en Bellas Artes con Ángel Garraza, en Bizkaia, pero a nivel técnico no tenía ni idea. Fui a preguntar a la escuela y acabé estudiando cinco años allí. Descubrí una vocación", remarca satisfecha la artista.
Nuestra protagonista sabe bien qué parte de su cuerpo señalaría como incómoda: el pecho: "Lo tengo muy claro. Desarrollé el pecho desde muy pequeñita y aún hoy voy súper encorvada porque toda la vida me ha dado mucha vergüenza y el gesto que tengo ya es ese; aunque ahora diga que no pasa nada, inconscientemente se te queda". Su contribución podría haber aumentado el tamaño de Humana hasta los ocho modelos, pero lo cierto es que solo se han realizado siete. Además, la exclusiva tirada se limita en origen a 20 ejemplares de cada pieza, y 12 de ellos ya han sido adquiridos por el cocinero Beñat Ormaetxea para presentar un menú gastronómico de su restaurante 'Jauregibarria' (Barrio Bideaur, 4. Amorebieta).
Así, la forma de los glúteos de Rebeca da allí acomodo a una ensalada de bogavante con gelée de tomate y manzana osmotizada en txakoli Itsasmendi 7. Sobre las lumbares de Mar reposa tartar de atún rojo con aguacate, yuzu y wasabi, todo un guiño a Japón; y el pecho de Joana procura ahora una cavidad suficiente para contener la crema de patata y el jugo de carne que escoltan al salteado de verduras de temporada.
Mayor aún es el cuenco producto de la rodilla de Ina, que permite meter cuchara para romper y manipular el huevo a baja temperatura con crema de patata y caldo ligado de atún seco, un consomé de toda la vida, actualizado con katsoubushi, que sirve de base a otras elaboraciones de la casa. Y el ombligo de Sara presta su alargado plato al begihaundi salteado que tan buenas migas hace con salsa de carrillera.
El toque dulce lo aportan los dos postres que cierran el menú de 'Jauregibarria'. Sobre las cervicales de Meri, canutillo de sésamo relleno de crema de queso, esfera de chocolate, guirlache y bizcocho con salteado de melocotón. Sobre la cadera de Ana, mango en texturas (le da el brillo con un glaseado de la misma fruta, y también incorpora chocolate y crema helada de mango), un cierre sencillo y fresco que permite terminar la comida con un toque ácido.
Asegura Beñat Ormaetxea que parte del referido menú lo ha inspirado la propia vajilla terminada, todo un logro, aunque el anhelo de Susana Gutiérrez es trabajar codo con codo con los chefs a lo largo de todo el proceso creativo para que las piezas transmitan sus ideas. "Yo me empecé a dedicar a esto porque veía lo que hacían en cocina y luego se notaba que es un poco 'vale, a ver qué vajilla nos encaja estéticamente para esto que hemos hecho'".
Como ceramista a Susana eso le parece "súper triste". "Estás teniendo un discurso en cocina, una investigación, estás dejando horas de curro y pasta como empresario, pero si tú le pones el mismo plato que el vecino, por muy buena vajilla que sea se va a ver igual. Si estamos hablando de experiencia gastronómica y estamos de acuerdo en que experiencia es el todo, incluye también la vajilla y que ésta tenga que ver con todo el discurso que estás desarrollando en cocina y en sala", anima la creadora.
Ella siempre ha tenido claro el deseo de trabajar con cocineros. De hecho, su proyecto de fin de grado fue la creación de Nahås, el soporte para un postre de Pedro Subijana y el restaurante 'Akelarre' (3 Soles Guía Repsol) inspirado en una técnica observada en un puesto de comida callejera del sureste asiático. Es más, presenta 'Sweet Sue' como reflejo y fruto de dos tierras y sendas pasiones, el amor por la gastronomía de los vascos y la admiración por la cerámica de los valencianos. Así pues, cabe esperar más creaciones y colaboraciones culinarias en el futuro. Quizá, incluso, una vajilla incómoda.
"Me gustaría encontrar a alguien que se atreva a hacer la vajilla no vajilla, o sea, ponérselo difícil al comensal, llevar la experiencia gastronómica y la vajilla un poquito al extremo", explica Susana. "A este nivel, en los restaurantes todo es siempre muy complaciente, además para un público muy regalado, todo tiene que ser placentero. En cambio, cuando tú vas a un parque de atracciones te subes a una montaña rusa a sufrir, pero realmente hay un goce sadomasoquista", ejemplifica.
Y continúa: "la idea sería hacer de un restaurante y de una sala ese pequeño sadomaso con vajillas en las que tengas que empeñarte mucho para conseguir la comida, piezas inestables o en las que sea complicado emplatar. Siempre pensamos desde el placer convencional, lo que tenemos establecido como lo bueno y placentero. No se me atreve ninguno", reta Gutiérrez, quien haría bien en contactar con los 3 Soles Guía Repsol Dabiz Muñoz ('DiverXO') y Andoni Luis Aduriz ('Mugaritz'), dos ejemplos de transgresión.
Las piezas de 'Sweet Sue' únicamente se pueden adquirir a través de su página web y en cuatro exclusivas tiendas ubicadas en Bilbao, Donostia y Valencia, Su obra no puede exhibirse en cualquier lugar, porque cualquiera no puede pagarla. Susana Gutiérrez es conscientemente cara. "Desde que empecé sé que quiero hacer vajillas y vajillas que no las va a poder comprar cualquiera, porque son artesanales y, por tanto, muy caras de elaborar y muy caras de comprar. Es un artículo de lujo, porque cada pieza cuesta sangre, sudor y lágrimas", justifica al tiempo que concreta su target en profesionales de la hostelería y particulares "caprichosos".