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Aquí, en el Valle del Tiétar, el otoño se resiste a entrar con fuerza en una comarca que hace honor a su nombre: la Andalucía de Ávila. Las temperaturas son suaves en esta época del año, unas condiciones perfectas para dar un paseo por el bosque que empieza en el mismo municipio de Piedralaves, algo que pone a las claras que aquí la naturaleza llega a la misma puerta de las casas.
El punto de partida de la ruta es la Charca de la Nieta, una agradable zona de baño que se crea embalsando la Garganta de Nuñocojo. Durante la época estival es uno de los sitios más transitados de esta parte del Valle del Tiétar, pero el otoño le da un toque más especial si cabe. El agua corre débil esperando que las lluvias llenen ríos y arroyos, mientras la vegetación comienza a tornarse ocre.
Echamos a andar un camino siempre ascendente en busca de los tesoros que guardan los bosques de Piedralaves acompañados de su alcalde Germán Ulloa, de Guillermo García y del Jefe de Espacios Naturales de Ávila, Nicolás González. Por delante, una ruta circular de unos nueve kilómetros con un desnivel positivo de 500 metros.
Comenzamos atravesando bosques de pinos resineros, que tradicionalmente han sido explotados por los habitantes de la zona para la extracción de madera y resina. Nicolás, uno de los grandes conocedores de los espacios naturales de la provincia de Ávila, nos regala las primeras nociones sobre la riqueza del lugar en el que nos encontramos, “el Valle del Tiétar forma parte de la Red Natura 2000, un proyecto creado en la Unión Europea para salvaguardar la biodiversidad de los países miembro”.
En estos parajes la fauna es abundante, aunque haga falta algo de suerte para observarla. Corzos, ciervos o jabalíes habitan los bosques de Piedralaves, así como mamíferos más pequeños. “Las áreas de la Red Natura 2000 constan de Zonas Especiales de Conservación (ZEC) y Zonas de Especial Protección para Aves (ZEPA), que en este caso, por su riqueza, se solapan”. Si miramos al cielo, las especies más singulares son el águila imperial y la cigüeña negra, aunque no es difícil ver otras aves rapaces o carroñeras.
Seguimos nuestro camino. A estas alturas los pinos comienzan a compartir espacio con otras especies como los robles rebollos o los castaños. Germán nos habla orgulloso de las rutas de su pueblo. “Ahora mismo tenemos ocho y nuestro objetivo es que sean homologadas por la Federación de Senderismo”. Entre ellas la que estamos realizando hoy, pero también la del Pozo de la Nieve, la ruta de las Minas o la de la Serradilla.
Y así llegamos a uno de los puntos más especiales de nuestra ruta. Mientras Leonardo Da Vinci ultimaba las pinceladas para dar a luz uno de los cuadros más conocidos de la historia, la Mona Lisa, en estos montes comenzaba a brotar el Roble de los Manaderos, un ejemplar con más de 500 años de vida, lo que le convierte en el abuelo de los bosques de Piedralaves.
Es complicado transmitir la serenidad que produce estar bajo sus ramas, tocar su tronco u observar el musgo reposando en su corteza. Muchas generaciones de pastores han venido buscando la sombra de este ejemplar, que se encuentra en el Catálogo de Árboles Singulares de Castilla y León. Con 23 metros de altura y cerca de seis metros de perímetro de tronco, el Roble de los Manaderos es un árbol de cuento de hadas.
Tan caprichosa es la naturaleza que, pese a la inmensidad de estos bosques, quiso hacer crecer en este pequeño espacio, Los Manaderos, otros ejemplares tan singulares como los robles que dejamos atrás. Antes de desviarnos de la pista nos cruzamos con Dionisio, un pastor de cabras de la zona que nos regala algunas historias y nos relata cómo antaño los vecinos de Piedralaves cultivaban estos mismos terrenos.
Nos despedimos de Dionisio, que continúa su camino en busca de sus cabras. Desde este punto distinguimos la copa de los pinos negros, que asoman por encima de sus compañeros más altas y oscuras. Ascendemos por una empinada vereda hasta llegar a los pies de estos cinco ejemplares. En la zona son llamados pinos cascalbos y este que tenemos ahora delante sobrepasa los 30 metros de altura. Dado su tamaño y su rectitud esta especie fue ampliamente utilizada en la construcción de navíos, como los de la Armada Invencible. Impresiona pensar que, solo a base de tierra y agua, la naturaleza pueda llegar a crear estas imponentes estructuras.
De vuelta a la pista seguimos nuestro agradable camino. Ahora ante nosotros se abre un mar de castaños. Ya inmersos en pleno otoño, comienzan poco a poco a perder su traje verde, pero todavía quedan días para que el Castañar de la Angostura se vista de ocre.
Aquí charlamos un rato con Dasio y Amparo, que descansan tras dedicar la mañana a recoger castañas y un par de níscalos. Otro de los obsequios que nos otorga el otoño es precisamente este, sus frutos. En el castañar podemos encontrar boletus y, si tenemos mucha suerte, incluso Amanitas caesareas. Nos despedimos de ellos porque ahora es momento de adentrarnos en el castañar, donde nos espera Miguel Ángel García.
Él es agente medioambiental de la Junta de Castilla y León y conoce estos bosques como la palma de su curtida mano. “Este es un castañar de repoblación, se plantó a finales de los años 60. Antes, probablemente, aquí habría un bosque mixto formado por pinos, robles y castaños autóctonos”.
Este castañar ocupa más de 15 hectáreas y aquí en medio, rodeados de árboles hasta donde alcanza la mirada, la pregunta a Miguel Ángel es obligatoria: ¿cuántos castaños hay en este bosque? El agente medioambiental levanta la vista, cuenta unos pocos árboles y hace un par de rápidas multiplicaciones. “Probablemente más de 4000 castaños”, una afirmación que realiza con orgullo, sabedor de que en gran medida el espectáculo natural que nos rodea también es fruto de su esfuerzo y vigilancia.
Dejamos atrás el Castañar de la Angostura y llegamos al punto más alto de nuestra ruta, El Riscazo. Más de 1.300 metros sobre el nivel del mar y una vista privilegiada de todo el Valle del Tiétar y de Piedralaves. Desde aquí tomamos conciencia de lo que hemos ascendido cruzando bosques y atravesando senderos, que ahora vemos bajo nuestros pies. A nuestro alrededor se encuentra un viejo refugio de montaña, que se está rehabilitando, y la pradera que ha servido a tantos parapentistas para iniciar su despegue. La escasez de vegetación nos permite disfrutar del sol otoñal, ese tan apreciado, y llenar los pulmones antes de comenzar el camino de vuelta.
Volvemos a encontrarnos resguardados por las copas de los pinos que forman una bóveda sobre nuestras cabezas. Pero antes de alcanzar el punto de llegada realizamos una última parada para descansar. La Casera del Lomo nos proporciona el reposo que ahora necesitamos, un antiguo refugio resinero que el Ayuntamiento de Piedralaves ha restaurado.
Estas edificaciones proporcionaban cobijo a los vecinos del municipio que trabajaban extrayendo resina de los pinos. Un apacible lugar para resguardarse de la lluvia, el viento o, incluso, para almorzar. Cerca también encontramos un chozo, una construcción típica de piedra y techo de escobas donde los pastores y ganaderos se resguardaban. Dos resquicios de civilización que nos indican que en este paisaje somos meros invitados de la naturaleza.
Ya en Piedralaves no debemos perder la oportunidad de dar un paseo por el pueblo, perdernos por sus calles y conocer a sus gentes. El centro neurálgico del municipio es la Plaza de la Constitución, un espacio presidido por el ayuntamiento. Pero, sin duda, el edificio que más llama la atención es la Torre del Reloj, que acoge la oficina de turismo municipal. Aquí también disfrutamos un buen ejemplo de la arquitectura tradicional con sus casas balconadas.
A pocos metros encontramos otro rincón mágico de la localidad: el entorno de la iglesia de San Antonio de Padua. Frente a este imponente templo se encuentra la Cruz de los Enamorados, que fue colocada aquí a finales del siglo XVII. Debe su nombre a todas las parejas de piedralaveños que, generación tras generación, se han sentado a sus pies a compartir su amor. Quizá por eso, siendo esta nuestra última parada, nos despedimos de Piedralaves con la sensación de que ha conseguido cautivarnos. Porque este pueblo enamora al que lo conoce.