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Aznalcázar

Belleza natural enriquecida por el hombre

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Emplazada en un alto y rodeada de bellezas, desde ese río Guadiamar que le riega y abraza meloso desde el costado, a las marismas del Guadalquivir que sirven de puente con Doñana, el embrujo que transmite Aznalcázar ya lo descubrieron muchas gentes antes que nosotros: celtíberos, fenicios, griegos, romanos, musulmanes… estos caminos han visto pasar un pueblo tras otro. La suerte es que, al tiempo que disfrutaban calmadamente de ella, iban enriqueciendo su patrimonio y aumentando su encanto.

De los más lejanos en el tiempo solo nos queda alguna pista desperdigada: tallas, piezas cerámicas, monedas… Saber más sobre sus dueños puede ser una excusa para visitar los asentamientos donde se encontraron esos restos, como el parque del cerro del Alcázar, en la parte más alta de Aznalcázar, o el recinto amurallado y el puente romano, que aún dan fe de la importante presencia imperial. Se dice que estos conquistadores latinos fueron también los primeros en disfrutar de las propiedades curativas del agua de la Fuente Vieja, en el casco del pueblo. Con el tiempo, alrededor de este veterano surtidor se levantó una monumental construcción barroca que hoy vale tanto o más que las aguas que conduce.

También aquí y allá se puede degustar el sabor de siglos de presencia musulmana. Por ejemplo, en esa torre de la iglesia de San Pablo que fue seguramente el alminar de una mezquita. Todo el templo es una joya del mudéjar, una belleza de aires sevillanos que podríamos hacer extensiva a otros rincones con solera, como la Casa Grande, sede del ayuntamiento, o la plaza del Cabildo, ambas del siglo XVII.