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Benalauría

Un tesoro oculto entre castaños

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Escondido a la vista desde las carretera principal, el pueblo de Benalauría parece querer pasar desapercibido, como si sintiera timidez de enseñar sus encantos. Escondido en el corazón de un bosque de castaños, está diseminado sobre una empinada ladera, lejos de las miradas ajenas. Una sucesión de curvas y árboles vestidos de colores que cambian con las estaciones dan acceso a la localidad. Su entrada ya advierte de que en ella todo son cuestas, que suben o bajan hacia las pequeñas casas que componen su desordenado urbanismo de origen bereber. Entre callejuelas, escaleras, rincones y balcones repletos de macetas, perderse es un regalo para ir descubriendo poco a poco la belleza de Benalauría.

Su principal edificio es la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, del siglo XVIII. Y muy cerca de ella se encuentra el Museo Etnográfico, que ocupa el lugar de una vieja almazara y se alza como el mejor espacio para conocer la historia y costumbres locales. A su lado, ropa tendida en las calles, olor a cocina tradicional y vistas a un océano de castaños, que son de gran importancia para la economía local, como también lo es el corcho de los alcornoques. Desde sus numerosos miradores es incluso posible ver África en los días más claros.

Él único espacio llano de Benalauría es la Plaza del Teniente Viñas. Allí, donde se ubica el Ayuntamiento, también existe una vieja fuente de cinco caños. Es el corazón social de este pueblo blanco, donde es fácil encontrar a sus gentes charlando afablemente. Yacimientos arqueológicos como el Columbario Romano del Cortijo del Moro, del siglo I, completan las singularidades de Benalauría, cuya riqueza ecológica permite la práctica de deportes como el senderismo, el barranquismo o la escalada.

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