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Cocido madrileño

Madrid, Madrid

Entramos al local y su olor nos envuelve. Nos sentamos a la mesa y no miramos ni la carta. No hay nada que decidir: hemos venido a comer un cocido madrileño. Afortunadamente para las prisas de nuestro estómago, no nos da tiempo a impacientarnos: el cocido lleva haciéndose varias horas en su cazuela de barro, así que, en realidad, nos esperaba él a nosotros.

Llega el primer vuelco, la sopa, y ya nos hemos olvidado del frío de la calle. Su caldo tiene todos los aromas y el sabor concentrado del guiso, que disfrutamos con unos ligeros fideos. Querríamos repetir, pero recordamos que es mejor dejar hueco para lo que viene. Efectivamente, enseguida llega el segundo vuelco: garbanzos y verduras. Su textura es deliciosa, bien cocidos pero nunca en exceso. Las legumbres, junto con la patata, la zanahoria o el repollo, hacen una combinación tan deliciosa que parece que fueron creados para disfrutarse juntos. Finalmente, el tercer vuelco: la carne. O, más bien, las carnes, porque son de cerdo, de ternera y de pollo, como manda la tradición desde la olla podrida castellana. De ternera, el jarrete, que no es la parte más noble pero sí de las más sabrosas; el pollo, que los especialistas recomiendan que mejor sea gallina para aguantar entera todo el proceso de cocción; y del cerdo, hasta los andares, pero en esta ocasión tenemos un tocino que casi se deshace al tocarlo, el chorizo y la morcilla con toda su personalidad, y una punta de jamón que le da su gusto al caldo. Si todo esto viene acompañado de un buen pan y un buen vino, sólo falta decidir por qué parte de Madrid vamos a estar paseando las próximas horas o si volvemos antes un ratito al hotel a reposar.

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