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Una fábula de principios del XIX -no es de Andersen, raro- convirtió en leyenda universal esas habas que un niño dejaba caer en la tierra. Al día siguiente florecían por un prodigio como árbol gigante y fecundo. La metáfora del crecimiento inesperado y mágico de algo aparentemente pequeño, humilde, también explica el fenómeno de la 'Venta Pinto' en Vejer.
En el caso del celebérrimo restaurante de Cádiz, la explosión de vida y color no fue de una noche a una mañana. Ni siquiera de una década para la siguiente. En vez de habichuelas -también las hay magnas en esta otra historia-, la pieza seminal aquí es un bocadillo imperial, un emparedado inolvidable, cumbre de los sandwiches planetarios. El de lomo en manteca (colorá). Caliente o frío, a elegir.
La vieja casa de postas, ahora renovado templo gastronómico de tradición y producto, está en el fondo de un valle, la Barca de Vejer. Clavado bajo la montaña que sujeta el bello pueblo y frente a la pared de la Sierra de Graná. En el centro de una imaginaria rosa de los vientos (Levante, el más común) que lleva a Barbate, Cádiz, Tarifa, Medina Sidonia, Jerez o Grazalema según el pétalo escogido. O sin pamplinas, según la carretera que se tome en las rotondas colindantes. Aquí el paisaje, más que inspirar, predestina. Hay constancia desde el siglo XVII de actividad mesonera en este lugar de paso. Llegó a tener embarcadero y una suerte de aduana fluvial, con carabineros, contrabandistas y todos sus avíos.
La familia Pinto se hizo con el establecimiento inicial, muy ampliado y actualizado con un gusto rústico infrecuente, “en 1904. De esa fecha son los primeros documentos de catastro que vimos hace poco”, detalla Cristina Pinto, cuarta generación al frente de un negocio inconfundible para seis generaciones de gaditanos y viajeros. Su bisabuelo Juan Pinto fue aquel pionero. Le siguió su hijo, Antonio Pinto Fernández-Trujillo y, por último, el nieto Manuel Pinto Muñoz de Arenillas. Todos mantuvieron y divulgaron con naturalidad un producto que acabaría por ser bandera, divisa y marca. Semilla, manjar, almuerzo y desayuno: el lomo en manteca.
Bajo un rótulo luminoso gigante y apagado, incrustado entre los árboles de la pared rocosa -un sueño para Álex de la Iglesia en un rodaje- descansa, siempre a pie de carretera, la vigente Venta Pinto. Más lozana que nunca a pocos años -cuatro- de cumplir los 125. En la mitad más reciente de ese tiempo se erigió en un elemento esencial en la memoria de casi todos los habitantes de la provincia de entre 5 y 95 años. Durante décadas, cada autobús convencional o de excursión escolar, deportiva, profesional o recreativa, de ida o de vuelta, que cruzara de Norte a Sur la costa de Cádiz hacía parada junto a sus puertas.
Era el momento de ir al baño, estirar piernas y, sobre todo, volver a encontrase con el bocadillo de lomo en manteca que levantaba un rumor de excitación en el pasaje, con sólo anunciarse, antes de que frenara el vehículo. “Llegaron a tener parada diaria aquí cuatro líneas regulares de autobús. Además de los centenares contratados para un viaje. Hubo hasta un micrófono, a la entrada de la venta. El conductor avisaba de las salidas, el tiempo de la parada o nos decía por los altavoces cuántos viajeros llegaban para prepararnos en la cocina”, recuerda Cristina con una sonrisa de nostalgia.
Esa ubicación estratégica, junto a un producto excepcional, acabó por atar un vínculo de afecto con un asombroso sector de población en Cádiz. Es complicado encontrar a vecinos de cualquier municipio, grande o pequeño, de Algeciras a Sanlúcar, de Setenil a Castellar, que no emitan un aullido ‘pavloviano’ si se le susurran las palabras “venta”, Pinto, Barca, Vejer, “bocata”, “manteca” o “lomo”. Si alguna vez se hiciera una encuesta sobre el mejor bocadillo del mundo en la provincia más meridional de la Península Ibérica, el acierto en la apuesta ni se pagaría. La 'Venta Pinto' tendría el oro por abrumadora mayoría. Del podio no bajaba en ningún caso.
Ese trasiego de ruedas grandes duró décadas, al menos, desde los años 60 hasta bien iniciado este siglo de pantallas, virus y apagones. “Todo evoluciona, cambia. Ahora hay menos líneas de autobús pero las parejas o las familias tienen más coches y la gente viaja más. Las paradas de antes son ahora escapadas, durante todo el año. Ya no hay temporadas altas y bajas. De hecho, las ventas trabajamos más que nunca en invierno. Eso no sucedía hace años”, ilustra la propietaria mientras un gran grupo de cruceristas norteamericanos se instala en un salón. Aunque abundan cada día entre el público diversos idiomas extranjeros y diversos acentos andaluces o españoles, Cristina dice con orgullo que “la mayor parte de nuestra clientela está formada por vecinos de la zona y turismo provincial, un orgullo”.
Tiene cierta lógica. Esos 50, 60 años de bocadillo in situ o para llevar dejan un recuerdo que se transforma en regreso constante. Esa pieza, “con pan blanco de siempre, una viena andaluza, de Vejer, de Pansur-La Noria”, mantiene toda su fuerza. Si antes era capaz de parar autobuses sólo con su nombre, ahora detiene cientos de coches a diario, bastantes motos, alguna bici.
“La receta está intacta desde que se la veía hacer a mi abuela cuando yo correteaba por aquí en pañales”. Ahora es Joaquín López el que está al frente de los fogones. El bocadillo no puede ser más sencillo pero nadie consigue ligar con ese tacto sutil, esas texturas sublimes, sus tres únicos ingredientes. El lomo sale de “chuleteros limpios de El Pozo” y la manteca es “la colorá de siempre, con sus cucharadas de pimentón”.
Proporciones y técnicas para fundir la legendaria pieza rojiblanca son inefables: “Hasta José Andrés nos la pidió la receta y, claro, le tuvimos que decir que no. Es amigo y cliente, enamorado de la Venta Pinto, viene por aquí, tiene casa cerca. A veces, él le añade otros ingredientes al bocadillo, lo publica en redes sociales. Un año le puso angulas pero la unidad se iba a 70 euros. Otro, huevo frito…”, sonríe al recordar el juego.
La fascinación del chef internacional es un ejemplo de los miles de peregrinos reincidentes cada año. La 'Venta Pinto' mantiene un bullicio diario desde el desayuno, con un ajetreo que no impide detalles como disponer en cada mesa mantel de hilo. Cada uno se lava tres veces al día, “en lavandería propia”, dado el trasiego. La unidad del tesoro de lomo y manteca entre panes cuesta 4,50 euros. Cada día se montan más de 350 bocadillos y los fines de semana, alrededor de mil. Son unos 14.000 al mes. Suponen utilizar 40 kilos de carne como media diaria.
A Cristina Pinto no le pesa la popularidad del bocata. Rechaza el síndrome de los cantantes hartos de su canción más popular, esa que tapa el resto del repertorio. “¿Cómo vamos a estar cansados? La 'Venta Pinto' no se concibe sin el bocadillo. Es la base de todo. Una vez, en los años 80, mi padre trajo a un cocinero que le propuso quitar ya el lomo en manteca de la carta. Quería hacer cosas distintas. Obviamente, mi padre le dijo que ni hablar, ni loco. Añadimos cada año mucho más pero sin quitarlo. Jamás”.
Tanto su predecesor como ella se han dedicado a añadir atractivos sin tocar el imán inicial. No todo es chacina o embutido de primera. Una magnífica bodega con cientos de referencias o una carta que incluye desde parrilladas de atún rojo de Gadira (el océano está apenas a 20 kilómetros) y la ternera autóctona, la retinta, hasta el black angus o carnes de caza ya infrecuentes. Los guisos caseros ocupan un lugar muy destacado porque “la gente ya apenas cocina y agradece que los incluyamos en los menús. Hay uno diario a precio muy ajustado: lentejas, habichuelas, verduras...”, detalla en una zona, la comarca de La Janda, dueña de una gloriosa huerta.
Tras décadas de renovación constante en los salones y de una terraza elevada de frondosa vista, desde 2020 la 'Venta Pinto' tiene tienda colindante, 'El Colmado'. Está lleno de productos de la zona porque aquí la lealtad y la proximidad son sinónimos. “En pandemia, con el cierre y las limitaciones, pensé en abrir una ventana de productos para comprar desde el coche, un take away como en un burguer [ríe] pero luego vimos este local, pegado, que era almacén, y decidimos reformarlo para tienda”.
Cristina Pinto se hizo cargo del restaurante “vivido desde niña” en 2010, tras licenciarse en Ciencias de la Educación en la universidad. “También tenía vocación de profesora por mi madre, que fue maestra, pero surgió la Venta Pinto que lo es todo para mí”. El esplendoroso complejo hostelero actual, la progresión desde antiguo en fama y aprecio, también conocieron días tristes. Los que recuerda con más dolor son de 2008. “Esa crisis fue muy dura. Recuerdo a mi padre sin dormir. Por primera vez desde que recordábamos, entraban unas pocas personas al día. La gente dejó de moverse por trabajo o para viajar. Tuvimos que quedarnos con cinco trabajadores”.
Manuel Pinto murió en 2013, “yo creo que de pena. Sufrió un infarto fulminante. Se nos fue de un día para otro”. Aquella racha pasajera pasó. Apenas 15 años después, la 'Venta Pinto' se levanta sobre los cimientos de un bocadillo como un monumento de la hostelería andaluza.
En tiempo presente, multiplica sus ventas anuales por cuatro respecto a la etapa prepandémica y su plantilla, 40 trabajadores, es de las más amplias del sector en la provincia. “Me hubiera gustado que lo viera”. Como consuelo imposible, Cristina Pinto sabe que decenas de miles de gaditanos, andaluces y viajeros llevan este lugar en su memoria. La venta plantada por una familia en la parada más esperada, en un cruce de caminos que todos recorrieron alguna vez.
'VENTA PINTO'. La Barca de Vejer, s/n, 11150 La Barca de Vejer, Cádiz. Tel: 620 27 55 69
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