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Bunyola

Serrana y serena

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Bunyola es serrana pero lo es a la manera de Mallorca: con vitalismo y tranquilidad balear.  Pese a estar todavía en las estribaciones de la Tramontana, a los pies de la sierra de Alfabia, sus calles no se visten de fría piedra y verdín, sino de fachada beis, balcón de reja pintada y verdes árboles que se camuflan de amarillo bajo los potentes rayos del sol. En medio de este paisaje balear, es normal que Bunyola se sienta muy mallorquina. Tanto que, por ejemplo, en mitad de sus fiestas patronales, las de Sant Mateu, desafía la entrada del otoño con una carrera de ropa interior a lo largo de sus calles, con las montañas de la sierra asomando por los costados. Es una celebración tan singular que en pocos años se ha convertido en un clásico.

A Bunyola tampoco le falta pedigrí, y para dar fe ahí están sus restos de torres-talayot, como ​​ Son Palou, S'Alqueria Blanca, o Coma-sema, con sus habitaciones adosadas. Pero, sobre todo, a este pueblo le gusta probar un poco de todo, y por eso coquetea también con la montaña, aportando algunos de los bosques más extensos de la isla, como Sa Comuna, en cuyas casi 800 hectáreas todavía podemos encontrar restos de silos y hornos de cal, herencia de su pasado como fuente de recursos para el pueblo. De ese pasado también le queda a Buyola otro testigo imponente, en este caso en pleno centro del pueblo: es la iglesia barroca de Sant Mateu, donde se guarda uno de los grandes tesoros del pueblo, la imagen  de la Mare de Deu de la Neu, que lleva vigilando el destino de Buyola desde el lejano siglo XV.

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