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Kortezubi

La Naturaleza mejorada

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Hablar de Kortezubi es hablar sobre todo de Naturaleza pero escrita así, con mayúsculas, con ese plus que demanda la tierra vasca. No es exageración. Nos referimos a un pequeño grupo de personas que decidieron reunirse y crecer alrededor de una iglesia, junto a dos cauces de agua y una pasarela de la que seguramente tomó prestado parte de su nombre: zubi o puente, en euskera. Sin embargo, ese pequeño poblado ha sabido ganarse un nombre entre los estudiosos y los turistas gracias a dos joyas naturales: una cueva y un bosque. Por sí mismos ambos eran ya valiosos pero, en un momento dado, la mano del hombre se posó en ellos, y ese toque multiplicó su valor.

La historia del primero, la cueva de Santimamiñe, se pierde en la noche de los tiempos. Es el principal yacimiento prehistórico de Vizcaya, de gran interés geológico pero, sobre todo, gracias a una colección de pinturas paleolíticas que abarca medio centenar de figuras y es todo un zoo de fauna prehistórica. No sorprende que desde 2008 la cueva esté declarada patrimonio de la humanidad.

La otra maravilla artístico-ecológica de Kortezubi es el bosque de Oma, en el margen oriental del pueblo, un espeso pinar al que Agustín Ibarrola, igual que aquellos primitivos pintores de la cueva de Santimamiñe, se encargó de añadir una mano de arte. Como un arcoíris envuelto en verde, sus árboles lucen hoy todo tipo de figuras, formas y franjas de colores, en una composición que quiere reflejar la relación entre la Naturaleza y el hombre y que es uno de los principales reclamos turísticos del pueblo.