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Mancor de la Vall

Lo que uno busca Mallorca adentro

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Lo más importante de un cóctel es saber mezclarlo. Con esta idea presente, si uno viaja hasta Mallorca buscando la tranquilidad de sus pueblos interiores, no debería tener muchas dudas en poner rumbo a Mancor de la Vall, un municipio que ha sabido destilar las esencias mallorquinas y verterlas en las dosis justas. Justo en el límite de la Tramontana, aún sierra pero abriéndose al llano de camino a Selva o Inca, el pueblo nos ofrece lo mejor de ambos entornos: picos a los que subir de excursión, como Montaura y Massanella, viñas y olivares que patear y, lo uno lleva a lo otro,  viejos molinos de aceite como Son Morro, una bella almazara declarada bien de interés cultural.
Pero Mancor de la Vall es antigua, y de su suelo también brotan otros tesoros: restos de la cultura talayótica, el primer pueblo que habitó estas islas y las sembró de torres de piedra apilada cuyos yacimientos aún nos sorprenden en Clot dels Diners i Conia o Son Boscà y su muralla defensiva. No solo torres, también cuevas, como Montaura, un lugar de enterramiento y adoración a ídolos en forma de toro.
Tranquila y rural, como un buen ‘balneario’ entre montañas, al que busque arte Mancor también le reserva una sustanciosa porción: la neoclásica iglesia de Sant Joan Baptista y el santuario de Santa Llúcia, cuyas piedras visten canas, pues empezaron a apilarse nada menos que en el siglo XIV.

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