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Manresa

La ciudad de las tres caras

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El viajero no debe dejarse engañar por la imagen preconcebida de la Manresa industrial. Hay que escarbar en las capas que la historia ha ido dejando en esta ciudad, en el corazón de Cataluña, para así descubrir y dejarse seducir por la Manresa medieval, la barroca y la modernista. Comenzamos por el medievo (cada ruta está perfectamente señalizada), centrándonos en su calle más emblemática, la subterránea Balc; la luz del sol no llega a una serie de pasadizos situados en los bajos de un grupo de casas aún hoy habitadas. La atmósfera nos inunda de evocaciones del siglo XIV, a las que contribuye el centro de interpretación construido en una antigua casa rural, donde las nuevas tecnologías permiten recrear su historia medieval a través de la narración del rey Pedro IV de Aragón. Salimos de la calle Balc y caminamos por el viejo trazado irregular e intrincado de unas calles que nos muestra la huella que dejaron los siglos del XIII y XIV en los restos que quedan de la muralla y la Torre Sobrerroca, pero también en la basílica de Santa María, la gótica Seu que preside mayestática la ciudad, y las más pequeñas iglesias del Carmen y San Pedro Mártir. El pasado también resiste en los puentes sobre el río Cardener y, a las afueras, en la Sèquia, una obra de ingeniería que aún lleva agua del río Llobregat. 

Los siglos XVI, XVII y XVIII están marcados por la pujanza de la industria de la seda y una figura eclesiástica: San Ignacio de Loyola. La corta estancia del santo en la urbe dejó una huella imborrable en la Cueva de San Ignacio, que se alza imponente para recordarle. Este impresionante conjunto arquitectónico forma parte de la Manresa barroca, salpicada de típicos caseríos construidos por la pujante burguesía, como Ca l 'Asols o Ca l'Oller, situada en una de las plazas más típicas, la Plana de l’Om (olmo), conocida así por el árbol que preside la plaza, donde también llama la atención la figura en bronce de una mujer recostada en un banco, bajo el viejo olmo. 

La época modernista (siglo XIX y principios del XX) se caracteriza por el impulso industrial de la villa, que elegante y luminosa se estructuró en torno a la zona del paseo Pedro III, con bellas muestras de edificios como el Casino, la Casa Lluvià, Cal Jorba o la Buresa (Casa Torrents). En la esquina con la calle del Born nos encontramos con la farmacia Esteve, un establecimiento que ha sabido conservar toda la esencia del modernismo, con preciosas vidrieras de colores, madera y hierro forjado.

Y para dar el toque final a las tres caras de la localidad, le podemos dar un repaso a todas las lecciones en el Museo Comarcal, no olvidar dónde estamos en el Museo de la Técnica y asimilar todo lo aprendido en un agradable paseo por el Parque de l'Agulla. Porque hay mucho que asimilar.