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Plasencia

La perla del Jerte

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El abuelo Mayorga, encaramado a la torre del Reloj del edificio del Ayuntamiento, sonríe a los turistas que lo buscan con sus objetivos, mientras hace resonar las campanas con su mazo, silenciando el bullicio de los martes de mercado en la Plaza Mayor. De allí parten las bonitas calles del centro histórico, declarado Conjunto Histórico-Artístico, que exhibe sus casas-palacio como la del Deán o la del Doctor Trujillo, que habitaron los religiosos en la plaza de la Catedral.

Desde las alturas de la Torre Lucía se puede observar la opulencia de los palacios de Carvajal-Girón y de Monroy, considerados Bien de Interés Cultural, que contrasta con la sobriedad de las recias murallas, que rodean la ciudad desde la época medieval y con el eficiente acueducto de más cinco siglos de antigüedad. Para llegar a los mejores lugares para degustar las típicas sopas canas y migas extremeñas hay que seguir los perfiles renacentistas del palacio de los Marqueses de Mirabel, hasta llegar al convento de San Vicente Ferrer, actual Parador Nacional, o perderse por las calles Vidrieras y Sol.

A la monumental portada románica de la Catedral Vieja, coronada por la Torre del Melón, le dio el relevo la Catedral Nueva, que cobija tras sus fachadas platerescas uno de los coros más bellos de la Península. Otro tesoro es el retablo de la iglesia románica de San Martín, arropada por el parque de Los Pinos, pulmón verde de la localidad y por la isla que crea el cauce del Jerte en el corazón de Plasencia. Y es que el río impone aquí su ley, obligando a pasear por los puentes de Trujillo o San Lázaro, que ofrecen preciosas panorámicas de la muralla y sus puertas. En Plasencia, la belleza reside en el interior, pero también en el exterior, donde los bosques de alcornoques, que preceden al cercano Parque de Monfragüe, ejercen de barrera natural que guarda y custodia los tesoros que hacen que merezca la calificación de ‘La Perla del Valle del Jerte’.