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Ses Salines

Vestigios prehistóricos y medievales bañados por el mar

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El entramado urbanístico eminentemente lineal del municipio mallorquín de Ses Salines ubica de forma ordenada y rigurosa las casas de dos y tres plantas típicas de la arquitectura balear, que con sus balcones de hierro forjado y contraventanas de tonalidades verdes diseminan pinceladas coloristas a las viviendas de fachadas recias, casi monocromáticas.

La iglesia de San Bartolomé, construida a principios del XX, erige su adusta portada neoclásica invitando al recogimiento y a la devoción en fieles y curiosos. Por su parte, los vestigios medievales auditan su presencia en las torres de vigilancia que se han adaptado al paso de los tiempos integrando su fisonomía en viviendas particulares y en las fortificaciones de corte militar, edificadas en tiempos de corsarios, evocando épocas de piratas y saqueos. La riqueza en yacimientos prehistóricos dispersa su patrimonio en islotes y cuevas. Zonas amuralladas y torreones de escasa altura, como en Els Antigors, recuerdan las ancestrales poblaciones que edificaron el inicio de una historia.

Pero Ses Salines también es mar. Y sal. El olor de las salinas, que dan nombre al municipio, embriaga a la Colònia de Sant Jordi que, a escasos seis kilómetros del centro, acoge aromas pesqueros, faros solemnes y playas vírgenes de arenas blancas y aguas cristalinas entre turquesas y azules. Un festival de colores que ahonda su policromía con los extensos territorios protegidos que entrañan humedales de gran riqueza en fauna y flora. La majestuosidad de los equinos en la Fiesta del Caballo o la frescura del trampó mallorquín aportan la nota lúdica y gastronómica típica de la localidad.

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