Actualizado: 22/06/2020
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Los más pequeños toman el control de la Navidad
Sotosalbos, Pelayos de la Sierra, Collado Hermoso, Requijada, Orejanilla –todos a pocos pasos de los más conocidos y turísticos Pedraza y Turégano– y sus iglesias, rutas, ríos –y sus historias de bandoleros– pozas, charcos y silencios solo rotos por el viento entre pinos, robles y fresnos, o los pájaros. Si el jolgorio de sensaciones que brinda el románico sur de Segovia se trufa con un pueblo abandonado –La Alameda de Orejana– la escapada da para ser feliz durante un fin de semana o toda una vida. Al bienestar contribuyen cositas deliciosas no precisamente menores, como los judiones de La Granja, el cordero asado o el cochinillo. Y de postre, ponche segoviano. No está mal, ¿no?
Hace siglos que las cigüeñas hacen lo que les da la gana sobre las esquinas de la iglesia románica de Sotosalbos, una joya del siglo XII, a poco más de una hora de Madrid y 20 minutos de Segovia; en la carretera entre la ciudad del acueducto y Soria. Y si bien hace 50 años que la alhaja se puso en el mapa gracias a un cura, Pablo Sáinz Casado, que removió cielo y tierra para que su parroquia fuera admirada, lo cierto es que las rutas por el románico sur de Segovia siguen siendo un lujo para los amantes de los descubrimientos que huyen de multitudes.
La clave es que "estos pueblos son acogedores", enfatiza Lola Sotomolinos, una restauradora gráfica que ha decidido que aquí –ella en Requijada– merece la pena quedarse lo que queda de vida. Y lo mismo le pasa a Consuelo, que a sus 80 años –quién lo diría y no es un piropo– cuenta lo feliz que es –"vine para 15 días y llevo aquí 15 años"– mientras sus manos abren las puertas de la parroquia de Saltus Alvus, el nombre de origen romano de Sotosalbos.
Pilar, otra ochentera, acude enseguida a ayudar a Consuelo, porque lo que ellas ejercen aquí para turistas y por la iglesia, es un voluntariado. "Consuelo lo hace todo, tiene la iglesia tan limpia como si fuera su casa. Antes la ayudaba yo, pero ahora veo mal", cuenta la señora, que gasta todo el tiempo que puede durante el año en su casita, frente a la misma iglesia.
Tiene que ser una pasada levantarse y toparse con la torre dorada, la luz del sol sobre los nueve capiteles que componen el atrio, con sus historias embrujadas, relieves que cuentan leyendas en las que es fácil comprobar que ni Tolkien ni Rowling tuvieron que ir muy lejos para crear arpías, dragones, basiliscos, centauros y caballeros de armaduras relumbrantes que quizá marchaban a Las Cruzadas.
Consuelo se sabe lo que ha ido "aprendiendo en estos años, oyendo a los que lo explican. La verdad, esta iglesia se lo debe todo a don Pablo, el cura. Retiró el retablo barroco, que ya veréis en la sacristía, y aparecieron las pinturas. Pero lo más bonito, conocido, son los capiteles de afuera y las tallas, especialmente la Virgen de la Sierra".
Aunque es primera hora de la mañana y Segovia es Castilla y León en un junio más bien frío –al amanecer y al anochecer, chaqueta o forro polar nunca sobran– la iglesia sorprende por la calidez no esperada. En la sacristía –"más ordenadas que lo que dejó don Pablo"– varias tallas románicas, procedentes quizá del vecino Monasterio de Santa María de la Sierra: la Virgen de la Sierra, que tiene fieles devotos en este pueblo, una Magadalena preciosa, coronas y otros adornos "representativos que incorporaron dos párrocos que todos adorábamos, Jesús y Fernando. Les debemos también la megafonía, muchas cosas. Aún vienen por aquí", cuenta Consuelo.
Con la boca que sigue abierta desde la belleza del pórtico y luego ante las pinturas, se pasa hasta la sacristía y el arcón donde se guardan unas láminas sobre tela "que son el Credo", puntualiza Pilar en apoyo de Consuelo, al oír los labios curvados en un bobo "Ohhh" que se diluye cuando gira el curioso esquilón con campanillas que aguarda en una esquina. "Cuando yo era pequeña, las láminas del Credo colgaban una tras otra y servían para enseñar el catecismo a quienes no sabían leer ni escribir", cuenta. Un soplo de tiempos muy pasados envuelve todo, acompañado por las motas de polvo que entran en la torre durante la subida al campanario, donde la estructura de madera y las campanas lucen cuidadas, pese a las palomas.
El paisaje desde arriba, hermoso con el pueblo a los pies y los campos aún verdes, al fondo, tiene como banda sonora el crotoreo de la media docena de nidos de cigüeñas. Al lado, las golondrinas no paran de rematar los suyos en el lateral de la iglesia, con respeto por los canecillos de la porticada que demuestran la importancia de la parroquia en sus tiempos. O las tallas, como la "figura sentada en lo que parece un orinal, o también puede interpretarse como un exhibicionista, en alusión al pecado de la lujuria", según explica el arquitecto Carlos Gallardo en su librito sobre el templo.
De Sotosalbos a Pelayos del Arroyo hay dos kilómetros que hasta bien entrado el verano es un lujo hacer a pie, más si se va pensando en los tesoros dejados atrás y apuntando el nombre de Inés, la guardiana de la iglesia de Pelayos, otra madurita –"no tengo tantos años, no creáis"– que vive en la plaza y tiene la santa voluntad de enseñar la iglesia que acoge al misterioso Maestro de los Claveles.
"Es increíble que estas cuatro tablas hayan logrado regresar aquí. No se sabe mucho del Maestro de los Claveles. Yo misma, que llevo en la zona 40 años y amo la pintura, lo descubrí hace poco tiempo gracias a unos amigos", explica Luz Pozo, pintora, manitas, una de las enamoradas de la zona que acepta hacer de anfitriona, ante la ausencia de guías. "Por favor, mirad estos rasgos, estas caras, que ternura", indica Pozo, aún asombrada de poder admirar tan cerca y en un lugar tan hermoso como humilde la obra del pintor de los claveles o clavelinas –pintadas en la esquina de algunas de sus obras– del que se sabe muy poco.
Ha sido posible encontrar algún rastro en la Academia de la Historia, donde se explica que es un "artista de identidad personal desconocida, próximo en lo estilístico al llamado Maestro de Ávila –García del Barco (?)– y activo en la diócesis de Segovia en los últimos años del siglo XV. Representa, junto con el Maestro de Segovia, o de El Parral, y el Maestro de las Oncemil Vírgenes, activo también éste por tierras conquenses, la plena adopción aquí de la manera hispanoflamenca".
La Academia sitúa las cuatro tablas –Anunciación, Natividad, Adoración de los Reyes Magos y Huida a Egipto– en la iglesia de Sotosalbos, pero la historia tiene una explicación. Las cuatro obras formaban parte del retablo de Pelayos. "Mi madre siempre recordaba cómo el obispado se las había llevado en un carro de mulas a Segovia", rememora Inés. "Luego, don Pablo, el párroco de Sotosalbos, peleó por su recuperación, y volvieron a la iglesia de allí tras la restauración. Le debieron de gustar y le daba pereza devolverlas, así que fue José Miguel Garrigues Walker, que tiene casa aquí, quien ayudó a recuperarlas. Tuvo que ir a ver a don Pablo y decirle que las tablas volvían aquí. Y aquí están". Un goce.
Aunque Inés cuenta que lo que más llama la atención de la gente son las pinturas aparecidas bajo la cal –el Martirio de San Vicente, el santo que da nombre a la iglesia– la emoción que transmiten las cuatro pinturas de influencia flamenca, tan ricas, cuidadas tras la restauración es comprensible para la mirada de cualquier amante de las cosas bellas. Al estar solas –solo compiten con los capiteles de afuera y las pinturas de San Vicente aparecidas tras tantas capas de jalbegado– transmiten la sensación de mimo que debía de poner el artista mientras las realizaba. O quizá es el lugar.
Como no solo de bellas iglesias vive el espíritu, los alrededores se encargan de alimentar otros rincones para cumplir con las ambiciones del visitante. En este caso, son dos ríos, el Cega y el Pirón –que tiene valle propio– quienes cubren las expectativas de naturaleza y senderismo por toda la zona, aparte de las piscinas del pueblo de Navafría, a una decena de kilómetros también. El Pirón, ese río que da nonbre a un valle, está rodeado de leyendas, las más frescas aunque añosas, las del bandido "El Tuerto Pirón", de nombre real Fernando Delgado. Nació y correteó con atracos a lo Robin Hood, a finales del siglo XIX. Como recuerda Inés, nuestra guardiana de Pelayos, sus historias se contaban al fuego de las tardes de invierno. El Tuerto no dejaba huellas porque escapaba por el seno del Pirón y del Cega.
A 4,5 kilómetros de Pelayos del Arroyo, en Collado Hermoso, están las pozas que hay por encima del Monasterio de Santa María de la Sierra, lugar que dejó en el chasis la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX y que ha sido recuperado por una empresa privada hace unos años. Se puede visitar, pero con cita previa. Dicen los expertos que de este monasterio partieron las tallas de la Virgen de la Sierra y otras maravillas de la zona que se salvaron del expolio.
El hecho es que por encima del monasterio –vallado con una enorme pared de piedra– están las pozas con pequeñas cascadas, que dan un respiro de tanta cultura. La subida empieza al pie de la iglesia de Collado Hermoso y es una delicia, entre pinos de Valsaín y una pista cómoda para niños y mayores. Retama, jara y cantueso adornan el camino durante la primavera y el ruido del agua es un aliciente para la suave subida.
Si antes has parado a comer en 'La Matita' (Carretera de Soria, km. 172. Collado Hermoso), donde el chef José Martín y el jefe de sala, Primitivo, te han puesto los judiones de La Granja y el cordero o el cochinillo, la ruta hasta las pozas es un valor seguro para no morir de indigestión y despejar las ideas.
El regreso a Sotosalbos, para intentar ver el atardecer desde la plaza o –si hay luz– desde el campanario, es un momento diferente si tienes la suerte de que Fredi, el dueño del bar, tenga ganas de ponerte una cerveza o un vino. El personal de la zona tiene asumido que es muy suyo. Ahí mismo, casi pegando al bar, está una de las casas que Begoña, la dueña de 'Saltus Alvus', tiene repartidas por el pueblo. No cabe equivocarse, hay unanimidad en que si tienes la oportunidad de pillar una de sus casas para dormir, la primera jornada habrá terminado en un éxito.
A 16 kilómetros de Sotosalbos –y a tiro de piedra de Pedraza–, el paisaje hacia Requijada es una delicia. El pueblo está a 1.000 metros de altura, pero las formaciones kársticas que lo rodean, el color de la arena, los campos aún sin segar, la mañana de primavera, levanta el ánimo hasta al más pusilánime. A un lado, el paisaje de cielo tan castellano, enorme, con lomas lejanas; a otro, las faldas del Puerto de Navafría, faldas de la Sierra del Guadarrama.
Las calles de Requijada son silenciosas, solo rotas por el sonido de una televisión o una radio, mientras un hombre se dirige hacia el huerto. Un poco más arriba del pilón, unas gallinas corren, espantadas por el ruido de las ocas, que ya avisan de que hay extraños en la zona. "El trazado medieval de los pueblos se conserva muy bien desde el punto de vista de la arquitectura rural y eso la gente lo aprecia", comenta Lola Sotomolinos, que defiende con un cariño contagioso esta tierra que ella ha elegido para que la adopte.
Ese cariño de la restauradora gráfica se entiende del todo cuando bajas hasta la iglesia de Requijada. Su belleza se recrea en la soledad de una llanura ante las visitas, con los farallones rojizos al fondo, al pie de la carretera y no en medio de la nada –el pueblo no está a la vista– pero casi. Es el gran olmo, varias veces centenario, testigo grisáceo y mudo, el único adorno a la vista, porque no necesita más. El lugar quita el hipo en cuanto una se acerca al pórtico aún sin segar.
Pero si el pórtico y las pinturas son hermosas, la curiosidad sobrevaliente se esconde detrás de la puerta. Es una piscina "paleocristiana porque seguramente se construye sobre una villa romana. Yo nunca había visto una así, aunque no he visto todas, claro está", comenta la restauradora. "En aquella época se bautizaban adultos. Se hacía por inmersión; las pinturas no son románicas. De hecho, la primera vez yo me quedé pensando: '¿y esto?', hasta que caí, son del siglo XVI; la iglesia estuvo abandonada con la desamortización de Mendizábal y en los años 70 se recuperó por Patrimonio", detalla Sotomolinos.
"Es del siglo XII y las pinturas del XVI, son gótico-renacentistas y se pintaron a la piedra. El románico de la zona es tardío, cuando ya el gótico amanecía, como veis es una hermosura y seguramente está levantada sobre una villa romana. De vez en cuando aparecen rastros en estas praderas".
De vuelta al pórtico, "donde se entiende nuestra pasión por el lugar solo con mirar a través de estas porticadas", allí están los capiteles del estilo del románico segoviano, también de mediados o mitad del siglo XII. De nuevo, centauros, arpías, caballeros, representantes de una feria de historias que cumplían un cometido tan mágico como fascinantes –la mayoría de estas iglesias estaban policromadas– en tiempos en que el grueso de la población no sabía leer ni escribir. Todo lo que estuviera por encima de sus cabezas era tan glorioso como amenazante.
Y entonces, es en ese momento, cuando Lola se recrea en las vistas que rodean la iglesia, cuando las otras mujeres avisan del segundo mágico. Faltan pocos minutos para las siete y media de la tarde y se producirá ese rayo de sol desde el centro del ábside al altar, "es la explosión de la vida", susurra Lola. Faltan pocos días para esa explosión que estalla sobre el 21 de junio de cada año. Solsticio de verano, punto mágico de tantas culturas y religiones que aquí celebran un grupo de mujeres peleonas, amantes de la cultura en todas sus facetas.
Once minutos en coche –9 kilómetros– hay entre Requijada y La Revilla, uno de los cinco pueblitos o barrios que componen el concejo de Orejana –Sanchopedro, La Revilla, El Arenal, Orejanilla y La Alameda–. Los areneros a los lados de la carretera, los paisajes que justifican la existencia de las antigua tejeras –la zona produjo tejas durante siglos, su principal industria– hasta la iglesia de San Juan Bautista pegada a La Revilla, donde se impone parar si es primavera y el Cega baja radiante.
La iglesia está cerrada, pero el pórtico, labrado en piedra caliza, ofrece una muestra de lo bella que es. Al menos por fuera. Muestra también del románico tardío de la zona, siglos XII y XIII. Aunque muy restaurada en diferentes etapas, la última en los años 80, merece la pena una parada, aunque solo sea para toparse con un antiguo monaguillo.
"Cuando yo era monaguillo, el pórtico estaba cerrado y ahí adentro se celebraban reuniones y encuentros. Creo que fue por los años 80 cuando tiraron los tabiques". La memoria no le falla, porque según la wiki y las guías, entre 1981 y 1983 se recuperó el pórtico, de donde también se borraron pinturas y recuerdos de la época de la dictadura.
Si el espíritu ya está cubierto con las correspondientes dosis de cultura, puede haber llegado el momento de regresar hacia Navafría, donde las piscinas naturales son una solución más bien fresca, aunque uno no se pueda bañar. Los alrededores del pueblo, cuyo puerto lleva al viajero hasta el Valle del Lozoya, ofrecen unos parajes perfectos para desengrasar.
De regreso a Sotosalbos para comer quizá –apuntan los sabios– el mejor cordero de Segovia en el 'Asador Manrique', un horno de asar en el que es imprescindible reservar si quieres probar el cordero que ellos mismos, encabezados por Nacho, crían cada año.
Si eres de los que quieren compartir en Instagram u otras redes sociales, Alfredo Cáliz, reconocido fotógrafo y colaborador habitual de Guía Repsol, ha escogido como foto estrella de esta ruta la que te puedes hacer en el olmo centenario, gris pero moderno, sólido y vanguardista, con la ermita de Requijada. Ahí van un par de resultados. Recuerda, la luz es la clave.
Como no solo conviene pensar en la imagen que vas a dar, sino también en el frío que vas a pasar y la comodidad de andar por la zona, es importante recordar que en esta Castilla de Segovia, pese a las altas temperaturas del día en verano, se aconseja no salir a primera hora ni por la noche sin un jersey, un forro polar o un chal, que no estorba si es de lana.
Dados los tiempos que vivimos, también es recomendable no bañarse en los ríos Cega y Pirón sin antes preguntar si está permitido. Cada Comunidad Autónoma tiene su propia legislación.
Y lo más importante para la gente de buena condición. Todas las mujeres que os enseñan la iglesia lo hacen por voluntad propia. Agradecen un donativo para el mantenimiento y eventos que celebran –tales como los conciertos de Navidad de Requijada–, donativo que ellas dejan bien claro que entregan a sus respectivos párrocos o dedican al cuidado cotidiano del lugar. Si alguien tiene dudas sobre el sistema, que se dirija al obispado, no a las señoras que lo enseñan, en una tarea prácticamente de voluntarios.